En su libro de cuentos “¿Quién puede hacer que amanezca?” el teólogo y terapeuta Tony de Mello nos regalaba esta historia:
“Necesito desesperadamente que alguien me ayude… o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los oros. Aquello es un verdadero infierno…”
“¿Me prometes que harás lo que yo te ordene?”, le dijo el Maestro con toda seriedad.
“¡Te juro que lo haré!”.
“Perfectamente. ¿Cuántos animales tienes?”
“Una vaca, una cabra y seis gallinas”.
“Mételas a todas en una habitación y vuelve a verme dentro de una semana”.
El discípulo quedó horrorizado, pero ¡había prometido obedecer…! De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:
“¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido…! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos”.
“Vuelve otra vez”, dijo el Maestro, “y saca a todos los animales fuera”.
El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:
«¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora un paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud…!”.
Ya, una memez. Pero lo mismo una memez que no tomamos en demasiada consideración en nuestro día a día. Estamos tan liados, con tantos follones que no tenemos ni tiempo para salir de nuestras preocupaciones y tratar de ser felices sin vernos en la oblicua necesidad de ir por la vida cargándonos con cruces a la espalda.
Reflexionemos sobre nuestros problemas, sobre el estrés, los nervios, la cantidad ingente de personas que nos hacen sufrir. ¡Vaya angustia!
Esta historia que sigue ya no es de Tony de Mello, la escuchó el que suscribe hace cuatro días en la oficina de Cáritas. Pero antes de leerla sería conveniente volver a fustigarnos y agobiarnos con nuestra indescriptibles desgracias y la mala suerte que tenemos.
Carmen vive en un barrio en exclusión, está casada por el rito gitano y tienen tres hijos menores. Como no hay ninguna ayuda económica ni prestación a la que aferrarse y las bocas piden para comer, cogen la furgoneta a diario para vender calcetines o ropa interior con el poco dinero que le van prestando de aquí y de allá. El caso es que si no hay para alimentos, menos va a haber para que el marido se saque el carné de conducir, pero a la fuerza ahorcan, y como sabe desde chico…
Y resulta que les paró la Guardia Civil hace unas semanas. Les pidió esos papeles que no tenían y como es reincidente tuvieron un juicio rápido -ese que nunca tienen los peces gordos para que les dé tiempo de ocultar o borrar los discos duros- y lo han condenado a seis meses de cárcel, que debe cumplir por no ser la primera que le cae por el mismo motivo. Lleva varias semanas y aparte de los seis meses preceptivos, tendrá que cumplir otros seis más a no ser que pague una multa de 2.880 euros. Menos mal que la justicia es generosa y les han dado la oportunidad de poder hacer frente al importe en cómodas mensualidades de 288 euros durante diez meses.
Carmen ha trabajado toda la vida gracias a diferentes instituciones, públicas y privadas, ha hecho cursos hasta de bombero -sin exagerar-, pero es gitana, y ya sabemos cómo se las gasta esta sociedad con estos detalles nimios.
Una de las particularidades del asunto es que ella sí que tiene carné, pero nunca ha cogido el coche, obviamente, una de esas curiosas normas patriarcales que no son exclusivas de determinadas culturas a las que juzgar. Conozco para mi desgracia a varones la mar de payos, feministas y solidarios que nunca dejan conducir a su pareja si van ellos en el coche. Y no hace falta ni que lo digan, ya se da por hecho.
Tras terminar de leer la historia de Carmen lo mismo nos ha dado por pensar acerca de las más variadas cuestiones; desde la consabida “qué vida más dura”, hasta la menos fraterna “se lo tienen bien merecido por no haber sabido gestionar el tema de otra forma”. Todo el mundo sabe lo dispuestos y lúcidos que solemos estar encontrando alternativas a la vida y los problemas de los demás; esos que jamás hemos vivido. ¿Somos igual de rigurosos con los nuestros? ¿O es que los nuestros son los más terribles que podrían vivirse?
Carmen no hace palmas a lo que le está sucediendo, y ni se quita ni se pone más responsabilidad de la debida, pero está dispuesta a romperse la cara por sacar adelante a su familia.
Lo único que digo es que es probable que lo peor no sea lo que nos pasa, si no cómo vivimos lo que nos pasa.
La tradición humana es machista y patriarcal, y por determinados factores en unos sectores de población hay más avances que en otros.
Los programas de tv han hecho mucho daño. Tanto los de producción nacional como los estadounidenses.
No seré yo el que juzgue, ya te conté una vez el comentario que escuché a una persona anciana sobre los cascos azules y lo pretenciosos que se creen los Estados extranjeros queriendo interferir es sus asuntos. Siglos interfiriendo y sus males, muchos de ellos son herencia de aquellas primeras «interacciones».
Por otra parte, la tradición gitana es puro machismo pero como se enmascara con tradición pues mejor no tocarlo.
En fin, que son muchas aristas y a la primera crítica te ponen una etiqueta rápido.