Deberes. La palabreja de marras no se libra de la quema ni en las primeras definiciones que muestra cada una de las dos acepciones del Diccionario de la Lengua Española:
Obligación. No hay más. Y el asunto se pone aún más serio si recurrimos a los significados que devuelve el verbo obligar, que aún es más clarificador.
Claro, que es que a los nenes y nenas hay que obligarlos, porque aunque ellos no sean capaces de razonarlo resulta que es un bien para su futuro, tan halagüeño y esperanzador. Porque de esos deberes son a los que me quiero referir.
Podríamos decir que dicho argumento es sumamente subjetivo y puede ser sometido a debate y análisis sin demasiados esfuerzos lingüísticos ni metafísicos, pero el caso es que, aparte de que mandar deberes a casa sea o no condenar a una criatura a galeras, hay un aspecto bastante más esencial y con el que me encuentro con demasiada asiduidad como para pasarlo por alto.
Dos situaciones reales que dudo puedan ser casus belli para quien se atreva a leer estas líneas.
Javier tiene nueve años, sus padres son funcionarios de carrera: abogados, ocupando sendos cargos de importancia en la administración. Están separados, pero en cada una de las casas Javier cuenta con una habitación en la que estudiar, apoyo de medios informáticos y varias personas que pueden servirle de apoyo a las tareas que le mandan en clase cuando tiene dudas: abuelos, padre y madre, hermanas… Más algún profesor particular si fuera necesario aparte de clases extra de inglés.
Jenni tiene también nueve años. Su madre, sin estudios y que no cuenta con ningún ingreso fijo al mes, se hizo cargo de ella y de sus hermanos desde muy pequeños cuando su padre alcohólico los abandonó. Viven en un barrio en exclusión en una vivienda social mal equipada, sin apenas mobiliario y carente de independencia e intimidad en las habitaciones. Estudia en el colegio de la zona, donde apenas existen medios educativos aparte de la buena voluntad de los maestros y maestras, y el único apoyo escolar que recibe es media hora dos días por semana después de clase.
Dos situaciones extremas, se puede decir, pero no por ello menos ciertas y que pueden darse (y se dan) de manera similar en el mismo colegio, en la misma clase, en pupitres contiguos.
En fin. Tal y como está montado el sistema educativo, muy en la línea de una sociedad clasista, capitalista y competencial, los deberes no es que sean una carga, es que son injustos, insolidarios y claramente discriminatorios.
¿Alguien se imagina a una familia en necesidad que se acerque a los servicios comunitarios de zona para solicitar una ayuda económica y que las trabajadoras sociales le digan que no tienen tiempo ni dinero y que mejor le pidan mientras la ayuda a su madre o a un vecino?
Una barbaridad. Eso mismo.
¿Chismorreo? Eso es porque no conoces la realidad de la vida, chaval.
Es ironía, claro. «Yo sí que estoy mal» debería ser la frase del español/a de clase media.
Así nos va.
Te puedo dar nombres y apellidos de ambos casos. Te puedo decir que no comprendo como es que, si se supone que la educación para niños es gratuita y los libros de primero y tercero gratuitas, manden comprar libros de lectura (teniendo biblioteca), compra de materiales fungibles, servilletas, papel higiénico, de cocina, toallas y un dinero a modo de cooperativas.
En infantil por el estilo y si trabajas no te quejes que ya tienes suerte con eso independientemente lo que cobres. Mientras ves como gente a tu lado que siempre está llorando por lo mal que le va tiene negocio propio, viene con un cochazo distinto y teléfonos último modelo además de estar subvencionados desde aula matinal a actividades extraescolares y comedor. Luego ves gente que está peor y que no tiene esas ayudas. O dicen que hayqe los que de divorcian sólo en papeles para las subvenciones… Pero tu y yo sabemos que es sólo chismorreo.