Habida cuenta de que, a lo largo de la historia, decenas de personas colmadas de erudición (sea en el ámbito de la psicología, de la sociología o de la filosofía) han elucubrado concienzudamente acerca del tema del poder y de la libertad, no voy yo, mindundi donde los haya, a hacer un tratado sobre ambas cuestiones. Aparte de aburrir al personal, sería harto probable que la entrada de la semana diera para doce meses, así que me contentaré de entrada con poner un ejemplo sencillo que ayude a concretar a qué me refiero cuando hago uso de cada uno de los términos y cuál será el sentido que emplee en el texto posterior.
Ejemplo: el que suscribe afirma con toda rotundidad que no tiene la libertad para comprarse un Bugatti Centodieci. Quien me conoce, afirmaría a su vez que, ciertamente, más allá de juicios morales o de que no me dejara mi padre, mi pareja o mi… editor, simplemente no dispongo de ocho millones de euros sueltos para hacerme cargo del coste, ni en cómodos plazos, por tanto, no tengo dicha opción y no soy libre de ejercerla. La otra posibilidad de expresar la misma realidad y que, probablemente, conduciría a menos equívocos, sería aseverar, con idéntica rotundidad, que no puedo comprarme el Bugatti de marras. Punto pelota. Cierto que alguna persona redicha podría hilar fino y preguntarme si el motivo es que ya no quedan unidades, pero lo normal es no llegar a ese nivel de estulticia.
Una vez sentadas las bases y después de observar la insoportable libertad con la que actúan determinados señoritingos y señoritingas me siento con la responsabilidad de compartir mi firme convicción de que es imposible ser cobarde y libre. En realidad, este hecho poco cuestionable, afecta tanto a esas personas de postín como a los mindundis como yo, pero si introducimos la variable del poder de la que antes hablaba veremos que la facilidad para comprobar la hipótesis es directamente proporcional al poder que se tiene. Vamos al asunto con numerosos casos prácticos:
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Díaz Ayuso es libre de mandar un protocolo sobre la no derivación a hospitales de determinados pacientes residenciales afectados por COVID-19.
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El oficial Derek Chauvin es libre de asfixiar hasta la muerte al ciudadano afrodescendiente George Floyd.
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Santiago Abascal y sus acólitos son libres de difundir fake news por las redes sociales o de lanzar el bulo de que el Ingreso Mínimo Vital supondrá un efecto llamada para la población inmigrante.
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El monarca emérito es libre de recibir 100 millones de euros del Rey Abdulá tras haber firmado un acuerdo bilateral con Arabia Saudí.
Pues va a ser que no, que no son libres, aunque lo pueda parecer, y ahí radica la diferencia fundamental entre ser una persona libre o una poderosa. La persona que dispone de la capacidad de ejercer el poder sobre otras y posee los suficientes datos como para suponer que dicha acción no le acarreará efectos negativos jamás sabrá si es libre, porque al no sentir miedo a dichas consecuencias jamás sabrá con certeza si en realidad actúa como un cobarde ni cuál es el valor real que le otorga a sus convicciones.
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Díaz Ayuso cree firmemente que saldrá de rositas de sus homicidios imprudentes (porque sus compañeras de partido así lo han hecho siempre) y no va a ir a la cárcel y ni siquiera dimitir. No fear.
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Derek Chauvin contaba con 18 quejas en su registro oficial, y al menos dos sanciones por represión, aparte de haber participado en varios tiroteos con víctimas mortales, y ahí seguía como agente del orden. ¿Qué miedo a consecuencias va a tener?
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En España, no es delito (al menos de momento) fomentar las fake news ni los bulos por Internet. De hecho, a menos que sea por orden judicial, ni se está obligado a desmentirlos, como mucho puedes tener la mala fortuna de que te borren el tuit de la discordia. Incluso el posible delito de difamación suele tener consecuencias penales leves para alguien con suficiente poder adquisitivo y pasan meses hasta que se resuelva en los tribunales, si es que llega. Vamos a soltar las burradas que queramos por qué no va a pasar nada.
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Lo de Juan Carlos I no hay ni que comentarlo. Se llama inmunidad.
Libres eran los insumisos que se negaron a ir a la mili y pasaron años en prisiones militares y luego civiles por incumplir una ley que consideraban injusta.
Libres las quince sindicalistas del SAT que expropiaron los alimentos de un supermercado en Écija para donarlos a una corrala de Cádiz que daba de comer a personas sin recursos y que fueron condenados recientemente a seis meses de prisión. Otros cinco están a la espera de juicio porque se niegan a reconocer, por temas ideológicos, que cometieron un delito.
Libres las 168 activistas medioambientales asesinadas en 2018 por defender la tierra y los derechos de los pueblos originarios. Más de 1500 asesinatos en 15 años.
Libres quienes ofenden a la Corona (dibujantes de El Jueves, Valtonyc), a los sentimientos religiosos (Willy Toledo, el desconocido D.C.D.) o al fascismo (Cassandra Vera) sabiendo que las tres instituciones son intocables y arriesgándose a que les caiga encima todo el peso de la ley.
Resumo, por si no ha quedado claro: no es libre quien toma decisiones sabiendo o suponiendo que sus actos estarán exentos de consecuencias; eso es tener poder, y un poder autocrático. Libre es quien ejerce su conciencia en cada ocasión aun siendo consciente de lo terribles que puedan resultar sus efectos. Hacer lo que te salga del papo, pero no querer asumir a su vez las consecuencias se llama morro, cobardía o complejo de superioridad, y atentas tenemos que estar, porque no solo es un defecto de fábrica de Ayuso, Abascal o las monarquías (aunque se les note más), se da a la vuelta de cualquier esquina.