Cuando Toni Morrison concedió su primera entrevista tras recibir el Nobel de literatura en 1993 tuvo que corregir al tipo que tenía enfrente:
«No me llame norteamericana, soy afroamericana».
Tal obviedad a la hora de no olvidar sus raíces, así como su ascendencia humilde y de clase trabajadora, es un aspecto íntimo, no simplemente trasversal, en toda la obra de la escritora estadounidense. Nacida en Ohio bajo el nombre de Chloe Ardelia Wofford, su seudónimo proviene del segundo nombre con el que fue bautizada, Anthony, y del apellido de su marido, el arquitecto Jamaicano Harold Morrison, de quien se separó en 1964 quedándose a cargo de los dos hijos que tuvieron en común.
Morrison, con un estilo que no resulta descabellado comparar con el de William Faulkner, no escribe sobre afrodescendientes, sobre racismo o sobre esclavitud, sino para afrodescendientes que han sufrido el racismo y la esclavitud. Pocas veces he sentido con igual intensidad mientras leía una novela la necesidad de tener a mano una libreta e ir anotando frases y hasta párrafos completos que destilan tanta sensibilidad como dolor desde el conocimiento de causa. «Beloved», basada libremente en la historia de Margaret Garner, una mujer de color que escapó de la esclavitud en Kentucky en 1856, y por la que Morrison recibió el premio Pulitzer en 1988, es el paradigma de ello: una historia terrible, absolutamente trágica como la mayoría de las obras del escritor sureño, que quizá es imposible de comprender en toda su profundidad si no se es madre, negra y esclava.
«Había una vez una mujer anciana. Ciega. Sabia.
En la versión que conozco la mujer es hija de esclavos, negra, americana y vive sola en una pequeña casa afuera del pueblo. Su reputación respecto de su sabiduría no tiene par y es incuestionable. Entre su gente ella es a la vez la ley y su transgresión. El honor y el respeto que le tienen, va hasta mucho más allá de su pueblo; llega hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales es una fuente de mucho asombro».
Con estas palabras prácticamente comenzaba el discurso de Toni Morrison en 1993 cuando recibió el galardón de la academia sueca, y tiene toda la pinta de que Baby Suggs, la abuela de Beloved, e incluso la propia abuela de Chloe Ardelia, sean esa mujer anciana ciega y sabia, hija de esclavos, negra, americana y que vive sola.
Como Faulkner, no es nada fácil seguir el hilo a Morrison (fluir de la conciencia, cambio de narrador y de estilos, ocultación de información…), que es exigente con quien se acerca a su obra y no da respiro so pena de perderse en el camino (en un capítulo de la novela que nos ocupa, y del que comparto un fragmento tras esta breve reseña, es imposible no recordar al Benjy de El Ruido y la furia, o al Vardaman de Mientras agonizo) y no renuncia tampoco al aspecto cuasi mágico, pero leerla es volver a creer en que existe una forma diferente, radical y emocional de escribir. Merece incluso perderse en el camino y tener que retomarlo con más calma.
Decir que Toni Morrison fue la primera persona afroamericana en recibir el Nobel, que fue el resumen de los titulares de prensa en agosto de 2019 cuando falleció de neumonía, es no hacerle justicia como autora y como la grandísima escritora que fue. Sería igual que concluir que Faulkner fue el primer sureño en ganar el premio y quedarnos tan panchos.
Podéis descargar la novela íntegra en castellano pinchando aquí.
Soy Beloved y ella es mía. Sethe es la que recogía flores, flores amarillas en el lugar anterior al encogimiento. Las separaba de sus hojas verdes. Ahora están en la colcha donde dormimos. Estaba a punto de sonreírme cuando llegaron los hombres sin piel y nos llevaron a la luz del sol con los muertos y empujaron a éstos al mar. Sethe entró en el mar. Entró. No la empujaron. Entró. Se estaba preparando para sonreírme y cuando vio a los muertos empujados al mar también entró y me dejó allí sin rostro y sin ella. Sethe es el rostro que encontré y perdí en el agua bajo el puente. Cuando entré, vi su rostro acercándose a mí y también era mi rostro. Quise unirnos. Intenté unirnos pero ella emergió del agua entre fragmentos de luz. Volví a perderla, pero encontré la casa que me había susurrado y allí estaba, por fin sonriente. Eso es bueno, pero no puedo volver a perderla. Lo único que quiero es saber por qué se internó en el agua en el lugar donde estábamos encogidos. ¿Por qué hizo eso justo cuando estaba a punto de sonreírme? Yo quise unirme a ella en el mar pero no podía moverme, quise ayudarla cuando recogía flores, pero las nubes de uno de los disparos me enceguecieron y la perdí. Tres veces la perdí: una con las flores debido a las nubes de humo alborotadoras, una cuando se metió en el mar en lugar de sonreírme, una bajo el puente cuando quise unirme a ella y ella vino a mí pero no me sonreía. Me susurró, me masticó y se alejó nadando. Ahora la he encontrado en esta casa. Me sonríe y es mi propio rostro sonriendo. No volveré a perderla. Es mía.
Dime la verdad. ¿No has venido del más allá?
Sí. Estaba en el más allá.
¿Has vuelto por mí?
Sí.
¿Me recuerdas?
Sí. Te recuerdo.
¿Nunca me olvidaste?
Tu rostro es el mío.
¿Me perdonas? ¿Te quedarás? Ahora estás a salvo aquí.
¿Dónde están los hombres sin piel?
Afuera. Lejos.
¿Pueden entrar aquí?
No. Lo intentaron aquella vez, pero yo lo impedí. Jamás volverán. Uno de ellos estaba en la misma casa que yo. Me hizo daño.
No pueden volver a hacernos daño.
¿Dónde están tus pendientes?
Me los quitaron.
¿Los hombres sin piel se los llevaron?
Sí.
Iba a ayudarte pero las nubes se interpusieron.
Aquí no hay nubes.
Si te ponen un círculo de hierro alrededor del cuello, lo arrancaré a mordiscos.
Beloved.
Te haré un canasto redondo.
Has vuelto. Has vuelto.
¿Me sonreiremos?
¿No ves que estoy sonriendo?
Amo tu rostro.