Si eres mujer, de Mongolia, te da por dedicarte al cine y encima haces semidocumentales tienes que ser muy buena para hacerte un hueco y ser además nominada a los Óscar.
Todo eso en su conjunto lo tiene de sobras la directora Byambasuren Davaa, que con un estilo tan delicado como ausente de artificios sumerge al espectador en medio del desierto mongol y lo hace observador impaciente de pueblos que ya han sido olvidados y fagocitados por la sociedad de consumo capitalista.
Codirigida por el director italiano Luigi Falorni, a quien conociera en Munich, «La historia del camello que llora» es el paradigma del lugar en el que pone la nota la directora y guionista residente en Alemania, tal y como volvería a mostrar al público con «El perro mongol»: hacerlo partícipe de la vida sencilla de los nómadas que habita en una yurta en mitad del desierto del Gobi. La excusa que le sirve de preludio es el nacimiento de una cría de camella albina que la madre rechaza sin que lleguemos a saber muy bien por qué. Antes, durante y después de dicho suceso, Davaa nos golpea la mente una y otra vez con la trascendencia de en dónde reside lo verdaderamente importante para tener una vida plena. Y no son los recursos, ni el progreso, ni un trabajo estable… sino el amor y el respeto a la naturaleza, a aquellas tradiciones que no han perdido ni su cordura ni su belleza; en definitiva, hacia toda realidad con la que nos relacionamos a diario y hacia la que debiéramos quizá hacer un mayor esfuerzo por comprender, como la única forma viable de hallar una solución o asumir con tranquilidad no lograr hallarla.
Es difícil conjuntar en tan mínimo espacio sensibilidad, austeridad y emoción. Da tiempo hasta de sonreír:
–Cuando regrese le pediré a nuestros padres que compren un televisor –le pregunta el menor de la familia a su hermano de camino a casa tras comprar algunas cosas en un bazar del pueblo más cercano.
–Eso costará al menos 20 o 30 ovejas.
–Pero tenemos muchas ovejas.
–También necesitarás electricidad y para eso hará falta todo un rebaño.
No desiste el niño, pero no patalea, ni necesita, ni se le ve amargado… es residual su deseo en medio de la obvia paz que lo rodea. Es totalmente aleatorio que se cumpla o no.
Elenco no profesional, estilo documental, mucha arena y más amor. No sabemos por qué llora la camella, pero quizá la pregunta de rigor, la más sensata debería de ser por qué lloramos nosotros, por qué llora occidente.
Me parece un filme de una sensibilidad y un respeto por las buenas tradiciones que es difícil no dejarse interpelar por él 🙂 .
Gracias por comentar. Feliz año.
Me ha gustado mucho, es muy emocionante ver los sentimientos humanos e incluso en los animales.
Cierto, si lo haces eres una nenaza. Así que se confirma el desprecio hacia la mujer hasta en los sentimientos naturales del ser humano expresada en hombres.
Y los hombres menos, que no se te olvide; ya desde nenes nos lo sueltan como quien no quiere la cosa.
La sensibilidad para las mujeres… y las hembras de cualquier animal no humano. Como una camella, por ejemplo.
¿Tenemos necesidad de llorar? Bueno, si nos publicitan pañuelos. Si no, no hace falta. Somos felices si compramos un coche, móvil, ropa… ¿Por qué vamos a llorar?
Comparto en las redes del infierno.