Rezaba el asqueroso dicho popular que «todas las mujeres son unas putas, menos mi madre y mi hermana». La frasecita de marras, que resulta del todo execrable en sí misma sin el más mínimo paliativo, hace referencia en parte a la máxima a la que se aferraba Don Vito Corleone cada vez que iba a liarla parda, pareciera o no un accidente:
– La familia es la familia –con aquella voz aguardentosa que parecía que le hubieran rociado de ácido las cuerdas vocales.
A un arraigo similar suelen acogerse las parejas y los matrimonios, puede que con algo de razón habida cuenta de lo interiorizado de tal razonamiento: si quieres que todo vaya bien en el nido de hogar, o al menos no demasiado mal, no juzgues nunca a la familia de tu cónyuge o de tu compañera. Da igual que él o ella eche pestes por su boca sobre ella. Eso es porque el roce hace el cariño y tú, incauto de ti, no tienes ni una milésima parte de roce con tus suegros, cuñados y demás familia política. Por tanto lo que vayas a soltar, seguro que no se va a interpretar desde el cariño o la ayuda, sino desde la angustia y la crítica destructiva. Zapatero a tus zapatos.
Obviamente, esta tiranía de la familia y de los seres queridos puede generalizarse a la sociedad en general y hace, por ejemplo, que nos sintamos inmensamente más doloridos por los atentados de París o de Niza (¡qué decir de los de Barcelona a pesar del referéndum!) que por las muertes y asesinatos masivos en Siria. Identificación lo llaman: cualquier occidental comulga más con mis ideas y principios que un árabe que viene en patera o debajo de un camión. Lo de menos es que el europeo viva a 2 500 kilómetros y el árabe a menos de 500.
Me resultaba todo muy raro. Dos mujeres subsaharianas aguardando en la sala de espera de Cáritas. Madre e hija parecían y alegres no estaban, desde luego. En un barrio en exclusión como Moreras era la primera vez en mi vida, después de veinte años en Cáritas, que veía a una familia subsahariana, negra como el tizón, sentadas en el sofá esperando turno.
Entraron, y con la mejor de mis sonrisas no forzadas les indiqué que cerraran la puerta y que se sentaran. Todo comenzó a resultar todavía más raro cuando nos dedicamos a charlar.
Madre e hija, la madre no sabía ni una palabra de castellano y la hija, Ada, se defendía bastante bien en comprensión y expresión, aunque nuestra conversación parecía un clip a cámara lenta. Diez meses en España y cinco en Córdoba, las dos con documentación en regla y NIE, y el alquiler pagado por Cruz Roja durante un año, quien también le proporciona alimentos. Ada, de diecisiete años, asiste a un instituto y el motivo principal por el que acuden a Cáritas es pedir ayuda para poder recargar el bono de autobús.
Y todas estas facilidades en tan sólo cinco meses en la ciudad. Raro raro, más raro que un piojo verde, hasta que les pregunto de dónde vienen, y todo se me hace cristalino.
– De Nigeria.
Ada y su madre han obtenido permiso de asilo y tienen el estatus de refugiadas. No sé si ambas fueron secuestradas por Boko Haram, mutiladas, torturadas y violadas o simplemente lograron escapar de Nigeria. El caso es que más de dos millones de personas (2 000 000, que en cifra da más mal rollo) han tenido que huir de su país por la guerra civil y alrededor de 8 000 000 precisan de ayuda humanitaria.
Pensé en todo esto y les dije que lo sentía. A punto estuvimos de echarnos a llorar los tres. Cada uno en su silla, como islas desiertas. Son las primeras personas refugiadas con las que he hablado de tú a tú y todo se me hizo tan enriquecedor como terrible.
Pero no es esto lo más terrible. La pura verdad es que Ada y su madre no lo han pasado peor que los más de 5 000 000 de personas que están huyendo de Siria e intentan que Europa los acoja y les otorgue su condición legal de refugiados, porque ese derecho ostentan y así lo recogen los tratados internacionales.
Y sólo queda volver al inicio, a aquello que decía de la familia y de las putas. Dudo mucho que a la pérfida Europa y al desgobierno ultraderechista de Rajoy y compañeros de fatigas le interesen más los refugiados nigerianos que los sirios, pero si hay que vender humo sobre los peligros de la solidaridad se vende. Aunque haya que decir de vez en cuando que buena parte de los refugiados sirios son terroristas además de un peligro para la consolidación del viejo continente. Porque lo peor es que el número o los porcentajes no nos vuelven insensibles, nos muestran como realmente somos, y en tanto quienes vengan en patera o debajo de un camión y se queden colgando de concertinas no sean mi madre y mi hermana les pueden dar mucho por culo.
Ante los cadáveres del naufragio de Lampedusa, al papa Francisco se le ocurrió hacer una pregunta delante de todos los jefes de Estado de la Unión Europea que se mostraban tan falsamente compungidos tras la tragedia.
– Adán, ¿dónde está tu hermano?
Joder, ¿tan difícil es darse cuenta de que todos, todos somos familia?
A base de plomo y bajan sus dirigentes, no los ideales que se contagia al vencedor.
Como la espuma. Pero no baja igual de rápido la ‘jodía’ 🙁 .
Pues sí que lo es. Mira cómo sube la ultraderecha