El autismo de Europa

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Intento de entrada en España en marzo de 2014 (Reuters)

     El sábado pasado asistí al Foro Cristianismo y Mundo de Hoy. Su décima edición era, quizá la última a menos que un animoso relevo generacional sustituya a parte de la comisión permanente que estamos a cargo de coordinar la organización desde su puesta en marcha en 2005.

     Más de una docena de movimientos y parroquias convocan este foro que ni fue del gusto del anterior obispo -que llegó a decirnos personalmente que no lo prohibía porque lo íbamos a realizar de todas maneras- ni mucho menos del actual, que ni ha hecho ni tiene la intención de hacer acto de presencia. A Dios gracias, podríamos decir, porque en más de una ocasión lo he visto aparecer en mitad de una magna conferencia como un elefante en una cacharrería.

     Como no quisiera que el mero hecho de hablar de fe (o de falta de ella) nos distraiga de lo esencial e impida que alguno que otro siga leyendo, diremos que la presente edición llevaba el título de “Refugiados, hospitalidad solidaria” y que el ponente era Esteban Velázquez, jesuita y activista español declarado persona non grata por Marruecos y que tiene prohibida la entrada en el estado alauí desde principios de año. El motivo: sus constantes críticas y denuncias al trato y a las medidas de represión empleados contra los inmigrantes subsaharianos en la frontera con España, así como las condiciones en las que malviven en el monte Gurugú. De España no lo expulsan porque no pueden.

     Se nota que Esteban ha estado en medio de todo -pasó buena parte de sus años como miembro de la Compañía de Jesús en El Salvador de la dictadura-, porque la lengua la tiene muy bien puesta y el único miedo que parece tener es a quedarse mudo. Compartió tantas experiencias y verdades que no cabrían en varios ensayos, y da casi lástima que vaya a detenerme tan sólo en un dato que expuso durante la conferencia, pero que reafirmó mi pensamiento acerca de la estulticia e incapacidad lógica de occidente y que daría para todo un tratado sobre los mecanismos ocultos del género humano y su capacidad de autodestrucción. A saber. De sobra son conocidas en España las tres vallas consecutivas, pagadas con el dinero de nuestra Declaración de la Renta -entre otros presupuestos- y levantadas en la frontera de Melilla: dos de seis metros de altura cada una, más otra de cuatro metros situada entre ambas; todas con concertinas en la parte superior. Lo que se sabe menos, quizá por aquello del gusto por lo nacional, aunque sea de mal gusto, es del otro muro de contención terminado de construir por Marruecos el año pasado y que es uno de los motivos de la disminución del número de personas desplazadas que entran en España desde dicho país. Marruecos levantó dos vallas paralelas de más de dos metros de alto, pero enredadas con concertinas desde la base hasta la parte superior más un foso relleno con cristales para rematar la faena solidaria. Es terrible. Ni los animales salvajes se ven obligados a sortear tantas barreras y alambradas para alcanzar una autopista. Suponemos que es mucho más peligroso que una familia de nigerianos lleguen a Cádiz a que un ciervo se estrelle en la luna de un automóvil.

     El caso es que decenas de seres humanos, embutidos en trajes con protección o acolchados y ataviados con ganchos en los zapatos, se juegan la vida a diario -dejándose muchos por el camino dedos y trozos de carne- para saltar dos alambradas de más de dos metros con concertinas de arriba a abajo, un foso relleno de cristales más otras tres vallas -dos de seis metros y otra de cuatro con pinchos en la parte superior- para llegar a un continente que los trata como si fueran mierda.

     “Simplemente, no había modo de gritar a los hijos de puta. Ellos nacieron sordos y estúpidos”, dijo el periodista Hunter S. Thompson. No van a dejar de venir. Buscarán alternativas. Siempre. Mientras pretendamos atajar las consecuencias obviando sus causas.

      El autismo de Europa está al alcance de muy pocos hijos de puta.