Primero de agosto

chauen: cat in the sky by AndySilva

chauen: cat in the sky by AndySilva

     Primero de agosto. 

     Acompasados como dos cadetes en su jura de bandera, el sol y yo nos quitamos las legañas matutinas tras el reciente desperezo. El astro rey lo logra a fuerza de un mecánico y monótono empuje que comienza a regalar su abrazo de luz tras los edificios ocres que se levantan tristes frente a mi balcón. Mi táctica es igualmente metódica y eficaz: me despeja una taza de leche tibia con cacao. De pie, al lado de los cristales innecesariamente traslúcidos de los ventanales, sostengo el tazón en la mano mientras escucho -o a veces tan sólo acierto a oír con la mente dispersa- las noticias de la mañana a través de los altavoces que propagan su inoportuna subjetividad colgados en la pared del fondo de la sala. La señal emitida desde la pantalla del ordenador, entrecortada y mancillada por satélite, parece negarse a ser cómplice de la crónica del día.

     Irisan las luces del alba los rostros y prendas de la familia a la que tangencialmente observo desde la ventana cargar varias maletas en el auto. Con el dorso de la mano se limpia el padre el sudor, excesivo para tan tempranas horas del día, y la mujer, con una sonrisa licuada por los reflejos del sol refractados sobre el techo del coche, urge a los dos niños de corta edad que corretean a su alrededor para que ocupen sus asientos y se pongan el cinturón. Un cling repentino me anuncia que las rebanadas de pan acaban de saltar bronceadas del tostador y al tiempo que las coloco sobre un plato de burda imitación a loza tras refregarlas con ajo y untarlas generosamente con aceite y tomate recuerdo…

     Primero de Agosto. 

     Conducir por la carretera que a lo largo de más de cien kilómetros se adentra en la cordillera del Rif entre las ciudades de Ceuta y Chauen es un intento de suicidio en toda regla. La lóbrega oscuridad apenas permitía pincelar en lo alto los bordes maquetados de los altivos macizos y, aliada metódicamente con la estrechez casi agónica de la calzada y con una velocidad excesiva para las vesicantes condiciones de una vía que diríase diseñada por un asesino en serie, aceleraba el pulso de los cuatro turistas que, con amplios deseos de sobrevivir a la odisea, nos dirigíamos a la perla azul del Rif. 

     A pesar de las horas intempestivas para usurpar la tranquilidad de un hogar, Mohammed, propietario de un hotel en Chauen y amigo incidental de uno de mis compañeros de viaje, nos recibe con una sonrisa satisfecha. Se hace paradigma, carne y sangre de la diyâfa islámica que para el musulmán va más allá de la simple y ya difícil hospitalidad transformándose en un verdadero sentido de amor al extraño. Casi le ofende nuestra gratitud ante aquello que ve con la naturalidad del servicio desinteresado y la delectación de un deber cumplido. 

     Desde las primeras horas del día siguiente Mohammed nos guía ufano, como Virgilio a Dante ante las puertas del Paraíso, en nuestro trajinar por las calles y fachadas refulgentes de la Medina, encaladas de añil y de inevitable evocación andalusí. En la plaza de Uta al-Hammam -reformada sorpresivamente con fondos europeos destinados a proyectos de desarrollo- varios hombres, sentados en la terraza de un bar y ataviados con sencillas chilabas, conversan con moderado sosiego acompañados por rallados vasos de té verde con menta. A la izquierda, imponente y rasgando las nubes, se alza el minarete de la Mezquita casi anexa a los muros rojizos de la Kasbah
     Por una de las calles aledañas a la plaza, nos conduce Mohammed a una tienda de mosaicos. Nuestro particular Cicerone y el dueño del comercio intercambian saludos. “As-Salaam-Alaikum”. “Wa-Alaikum-Salaam”. De los muros del local, como lienzos puntillistas apresados por engarces férreos, cuelgan indeterminados mosaicos de variada tonalidad y desorbitante precio destinados de manera particular -en palabras concretas del propietario- a adornar los patios, galerías y azoteas de edificios construidos al otro lado de los catorce kilómetros de Estrecho. Nos acompaña entonces al taller, a través de una puerta sin dintel que parece fabricada por un ciego a golpe de maza; cruzamos un patio de terrizo escasamente adornado y con una autocomplacencia ignorante y falaz nos muestra a los artesanos que apoyando un cincel sobre los azulejos y golpeándolo cuidadosamente con un martillo los desmiembran en diminutas teselas pegándolas a continuación con íntima delicadeza y ordenado cuidado. Se encuentran arrodillados, con el rostro cobrizo volcado en el trabajo y en el polvo letal que desprende cada golpe de martillo, pero ninguno osa levantar siquiera la cabeza un segundo. 
     La mayoría de los obreros no pasa de los siete años. 

     …

     La familia del auto se ha marchado. Un primero de agosto. Con sus niños inocentes y ajenos. Felices todos de poder gozar de sus merecidas vacaciones. Como lo fueron las mías en Marruecos. Como impensables lo son para los artesanos de Chauen que obstruyen sus pulmones creando piezas exclusivas que serán para disfrute epicúreo de otros. 

     Misma fecha. Primero de agosto. Infantes con divergentes dedicaciones; ni insignificantes ni ignotas para servirnos de consuelo indefectible. Adultos de opciones y decisiones espurias; ni irreductibles ni inmutables. No, no es el dueño del taller de quien hablo. Únicamente al menos. Eso es lo que desearíamos. Que fuera él.

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Primero de agosto por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

4 comentarios en “Primero de agosto

  1. Por supuesto que disfrutar de una tarde de domingo es más importante que la esclavitud infantil, jajajaja. Es broma, sé que no has dicho eso.En una sociedad globalizada y con acceso a todo tipo de información sería bueno preguntarse en qué invertimos nuestro tiempo o sobre qué decidimos informarnos. Necesidades básicas materiales que cubrir -como decían en parte en el comentario anterior- y para las que se haga necesario invertir dinero hay muy pocas: alimento, ropa, techo y poco más. Hay tiendas de comercio justo, productos biológicos, banca ética… Juzgar sus errores, que los tienen, es tan cómodo como no juzgar los de las cosas menos lógicas que sí usamos.¿Qué es más paranoico informarse o vivir ausente como si el mundo y sus recursos fueran de mi propiedad?

  2. Decía Sir Walter Scott en Ivanhoe por boca del Caballero negro que «quien hace el bien disponiendo de ilimitado poder para hacer el mal merece alabanza no sólo por lo que realiza sino por lo que evita”.Todos tenemos poder ilimitado para no hacer el mal, para no ser injustos e insolidarios. ¿Lo evitamos?Compartir es comprender que en realidad todo es de todos.

  3. Tu reflexión me ha traído a la memoria un reportaje que miré ayer sobre el trabajo infantil. Admito que pasé del artículo porque ya de por sí las fotos me resultaron doloramente impactantes y leerlo hubiera sido destrozar mi tarde de domingo. Daría algo porque esas imagenes no sucedieran día a día, en tantos lugares del mundo; pero dime ¿ cómo podemos evitarlo? La hipocresía de un mundo consumista donde no miramos de donde proceden las cosas está demasiado arraigada pero temo volverme una paranoica especulando sobre dónde y cómo se habrán hecho los artículos que compro. Me duele la ignorancia pero me paraliza no saber cómo afrontarla.

  4. «Templanza es moderación en el uso de lo bueno y abstinencia total de lo malo» (Frances Willard) Por experiencia se necesita poseer un espíritu fuerte para conservar “la templanza” cuando tenemos de más porque nos justificamos de un sinfín de vanas necesidades … ¡Deberíamos renunciar a tantas necesidades!Gracias por esta entrada que me confirma que es más feliz una persona que tiene un euro por haber compartido, que aquella que posee mil euros por haber ahorrado. BESOTES NO CAMBIES NUNCA, ERES UN SOL.

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