Determinadas situaciones son imposibles de transmitir si no las has experimentado o llegado a ser parte íntima de tu vida: estar embarazada, tener una hija, sentirse tremendamente sola… Incluso si conforman tu experiencia personal, resulta complicado traducirlas a palabras vanas a menos que sepas narrar sentimientos con la precisión quirúrgica de Clarice Lispector o George Eliot. Si quieres que el personal no se te duerma, ya es de récord.
Eso es Gunda: una película indefinible e imposible de transmitir por más empeño que le pongas. Llegaría incluso más lejos afirmando que todo lo que se diga a nivel objetivo de la cinta, podría conducir al efecto contrario: que a cualquiera se le quiten las ganas de verla. Documental noruego, en blanco y negro, con secuencias y planos largos y en el que, aparte del silencio, solo se escuchan berridos, gruñidos y cacareos. Pues vaya.
Sí, pero lo digo, a riesgo de que me linchen: no te pierdas Gunda, cuyo título parece ser que proviene del nombre de la gallina coja que aparece en el documental, no de su protagonista. Y no debe perdérsela nadie, o casi. Aquellas personas que disfruten con el buen cine, porque lo es, y de largo: dirección, montaje, planificación, la excelentísima fotografía en blanco y negro; aquellas a las que ni les gusta ni les disgusta pero están llenas de sensibilidad, porque es difícil encontrar en los anales de la historia del séptimo arte un filme que te haga sentir tanto sin un solo ser humano de por medio y sin ninguna bandita sonora o música de fondo que te remueva las entrañas. Con Gunda no hace falta.
Solo recomiendo abstenerse a personas acostumbradas a películas de vídeoclip, a quienes les parece lenta la primera media hora de La comunidad del Anillo (Peter Jackson, 2001) y la última de El retorno del Rey (Peter Jackson, 2003) porque no se están matando desde el primer minuto hasta el último. Gunda es cine de contemplación, puro y duro, como aquel otro documental, también excepcional, con el que comparte cierta estructura, bastante de trasfondo y mucho de recursos cinematográficos: Nuestro pan de cada día (Nikolaus Geyrhalter, 2005).
Decir que el filme de Viktor Kossakovsky habla de especismo y de antropocentrismo es casi baladí. El documentalista noruego se dirige al respetable ausente de todo, menos de ganas, para hablarnos del derecho a la vida, de la dignidad y de la felicidad de todas las especies que compartimos planeta. Y lo hace sin decir nada, en absoluto, quizá porque sabe que son absurdas las pretensiones de mensaje reparador, de atizar conciencias. ¿A quién se dirige entonces Kossakovsky? A los cientos de miles de seres humanos sensibles, no a aquellos, entre los que se encuentran varios que conozco, que insisten abstrusamente en afirmar, sin el más mínimo estudio ni prueba científica, que los animales ni sufren ni tienen sentimientos. A aquella gente sensible, el director, vegano convencido, les viene a decir que a lo mejor debe darnos igual la buena o mala vida que haya tenido una criatura de otra especie (lo bien que vive el toro hasta que lo mutilan y asesinan en la plaza, vaya), sino que, sencillamente, gozan de una vida independiente de la nuestra y de nuestros objetivos o «necesidades» personales.
Al resto de personas les va a seguir dando igual lo que filmes: sean burradas explícitas y escalofriantes, como sucediera en el aclamado Earthlings (Shaun Monson, 2005); pragmatismo y displicencia, como en el nombrado Nuestro pan de cada día; o se apele a la emotividad y a la fibra, como en la estimada por el público Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995) o la más reciente Okja (Bong Joon-ho, 2017). Quien no quiere ver, no va a ver ni aun usando métodos tan expeditivos como los de La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971).
No es de extrañar que Joaquin Phoenix, también vegano como el resto de su familia, que hiciera las veces de narrador en Earthlings y nos entregara un poderoso alegato a favor de los derechos animales al recoger el premio de la Academia por Joker (Todd Phillips, 2019), ejerza en esta ocasión de productor ejecutivo.
Hace dos años, durante el estreno de su película anterior, Aquarela, un documental sobre la belleza creadora y destructora del agua, le preguntaron a Viktor Kossakovsky por su próximo proyecto: «cualquier espectador llorará al verla. No habrá sangre ni violencia, solo animales en estado puro mostrando sus sentimientos», respondió. Y así es.
¡Hola! 🙂
Ahora ya me has dejado con la intriga y voy a tener que verla. ¿Dónde se puede ver?
Saludos ^^