No me cabe la menor duda de que una parte nada despreciable de aquellas personas que están leyendo esta entrada, cuando eran pequeñas sufrieron en sus carnes la invertebrada e involuntaria crueldad ejercida por las madres después de preguntarle con una inocencia casi estúpida si podías ir a jugar con tus amigas a la zona de los columpios. La madre, reflexiva, sentada en uno de los bancos del parque, se dirigía entonces a nosotras, con cara de mediana angustia, y soltaba aquella frase, repleta hasta las trancas de incongruencia, aunque no lo sería tal para ella:
–Vale, ve a jugar, pero no te manches.
Como apenas tendríamos seis o siete años nuestra capacidad de raciocinio era bastante limitada, pero es más que probable que nos parásemos un momento delante de la persona que con tanto sacrificio nos había dado a luz con el casto objetivo de intentar cuadrar aquellas dos partes de la oración que parecían de imposible cumplimiento a la vez. Como solo nos preocupaba jugar, nos largábamos, sin pensar mucho más y, obviamente, regresábamos al banco al cabo de un tiempo con los pantalones hechos un cromo y el polo Lacoste con tantas manchas de tierra que le costaba respirar hasta al cocodrilo de la pechera. Nuestra madre se enfadaba, porque no le habíamos hecho caso, pero claro, es que no se pueden tener dos cosas incompatibles.
De esto me acordé la semana pasada cuando leí la nueva Orden de la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía del 1 de septiembre de 2020, para la aplicación de medidas de prevención en materia de salud pública para responder ante la situación de especial riesgo derivada del incremento de casos positivos por COVID-19. Corto y pego dos artículos de esos de juega, pero no te vayas a manchar que te caneo.
Tercero. Modificación del apartado séptimo de la Orden de 19 de junio de 2020; la letra d) punto 6º: Todo nuevo ingreso o regreso deberá realizar cuarentena durante 14 días, durante los cuales se realizará vigilancia activa de síntomas por parte del personal del centro.
Mismo punto, letra h) El centro residencial deberá implementar un plan de humanización para paliar los efectos negativos que el aislamiento puede generar en la capacidad física, cognitiva y emocional de las personas institucionalizadas. Dicho plan debe contener, al menos, actividades para potenciar las relaciones sociales entre los residentes, un plan de ejercicio físico y mental para preservar sus capacidades y evitar el deterioro, medidas de apoyo psicológico, mantenimiento diario de las relaciones de los residentes con sus familiares haciendo uso de las nuevas tecnologías, potenciando las vídeo-llamadas para permitir la comunicación oral y visual entre usuario y familia.
Vamos a ver, que me cuesta no insultar a nadie. Entonces, resulta que cuando una persona de alrededor de 80 años, que se ha visto obligada por determinadas circunstancias a salir de su ambiente de seguridad y de su zona de confort, ha perdido el contacto directo y habitual con sus familiares y personas de referencia y debe de vivir un período de adaptación y de conocimiento del entorno que le facilite el proceso de cambio, nada más ingresar en el centro residencial debe de pasar obligatoriamente 14 días aislada, sin contacto con sus familiares ni amistades, relacionándose solo con personas que no ha visto en su vida y se hallan envueltas en EPIs y con la cara tapada con gorros y mascarillas, se le deja una bandeja con comida en la habitación de aislamiento, no puede realizar actividades comunes ni iniciar un proceso normalizado de socialización… Pero luego, a la misma vez, debemos implementar un plan de humanización por los efectos negativos del aislamiento, entre ellos el tema emocional, que contenga actividades que potencien las relaciones sociales entre residentes (esas mismas que no puede tener en el período más importante porque deben de estar dos semanas enclaustradas en una habitación o paseando por un pasillo) y mantenimiento diario la comunicación con sus familiares (que tampoco pueden hacer, especialmente en aquellos ingresos de personas con deterioro cognitivo que son incapaces de mantener la atención en una vídeo-llamada, y durante la cuarentena no pueden recibir visitas ni salir a la calle).
Cuando la madre le dice a su hija que juegue, pero no se manche, está pensando, aunque sea de manera inconsciente, que acaba de ponerle limpia la ropita y ya bastante faena tiene (menos mal que está la figura omnipresente del padre) como para tener que liarse a poner más lavadoras. No piensa en la niña, sino en sus propias limitaciones y dificultades. Me gustaría pensar que las administraciones públicas sufren igualmente de ese nivel de inconsciencia, pero es que no me sale. No puede ser que entre todas las personas que redactan la Orden, la reformulan, la leen y luego la firman no haya ninguna a la que no le hayan dado una pedrada de chica en la cabeza: no le preocupan las personas mayores, punto, solo tratan de quitarse problemas de encima regulando estupideces, incongruencias y leyes imposibles de cumplir.
Huelga decir que, en nuestra residencia, como hay que elegir, nos quedamos con lo de la humanización, y a la cuarentena, con todos los respetos (aunque no sé hacia quien), que le den mucho por saco.
Y ya puestas, una petición: dejen de llamar ancianas a las personas mayores en todos los medios de comunicación, porque demuestra la falta de empatía a nivel global con determinados colectivos a los que infantilizamos o infravaloramos: no veo por ningún sitio escrito disminuido, mongólico, ciego, negro, moro… Persona mayor, leñe, persona mayor. ¿A que no cuesta?