Dicen que fue Séneca, allá por el siglo I, quien dijo aquello de que «nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya». Mucho más tarde sería Freud, uno de los tres maestros de la sospecha según palabras de Paul Ricoeur, el que explicaba la noción de identidad como sentido de pertenencia a un determinado grupo cultural y todos los autores y autoras que han abordado los fundamentos de las necesidades humanas, desde Maslow hasta Max-Neef, han considerado el sentimiento de identidad como fuente de seguridad, de confianza y de autoestima. Toda esta parafernalia que, todo sea dicho, hay muchas maneras de entenderla y vivirla (tan fuerte sentimiento de identidad puede experimentar un euskal herritar como un cosmopolita) ha derivado en el hecho de que el ser humano se haya pasado su existencia creando símbolos de toda índole y naturaleza y que se aferre a ellos con tamaña fruición que contemplando un desfile militar, la bandera de la nación o un Cristo Pantocrátor puede llegar al orgasmo múltiple y compartido (si en el último caso de la imagen redentora lo permite la Santa Madre Iglesia, por supuesto). De este modo, en una especie curiosa de sinécdoque socio-cultural, los grupos acaban asociando la parte con el todo, el símbolo con el concepto, y quemar una foto del Rey parece que le duele más a un monárquico que si a alguien se le ocurre pegarle una patada en los huevos. Aspecto que no es baladí conocer por parte de un republicano para tener la posibilidad de hacer sentir mejor al fan de Felipe VI en una próxima ocasión recurriendo a la segunda opción que, dicho sea de paso, es bastante menos perjudicial a nivel medioambiental.
Así llegamos a lo de la sonada exposición «Maculadas sin remedio», abierta al público en las salas de la Diputación Provincial de Córdoba hasta el 2 de junio, y las aún más sonadas protestas de PP, Ciudadanos y Vox que, al halo místico de otros colectivos que se dicen cristianos, pidieron la clausura inmediata de la misma e incluso fue denunciada ante Fiscalía por «ofender los sentimientos religiosos de la mayoría de los cordobeses». Como culmen de la proyección psicológica llegué a escuchar de boca de un fiel creyente y representante de Vox y en referencia a la obra Con flores a María, de la artista Charo Corrales, que es «repugnante la ofensa a la Virgen»; ahora resulta que sabe lo que piensa y siente la Virgen. Era de esperar que, más pronto que tarde, a otro fiel creyente le diera por rasgar de arriba a abajo el lienzo cual si del retrato de Dorian Gray se tratase, bien dispuesto a sacudir de él igualmente toda inmundicia. Por otra parte, ver con tan meridiana claridad la actitud lasciva en el cuadro (una mujer masturbándose) me lleva a imaginar los pensamientos impúdicos que deberían llevar a la confesión a tales devotos quienes, posiblemente, perciben semejante actitud en El nacimiento de Venus, de Botticelli, aunque, al ser Venus una diosa romana, es probable que dé igual lo que esté haciendo con sus partes.
Lo que yo me plantearía con total seriedad si estuviera en la piel de determinados católicos de pro es bajo qué paraguas modelo de rigidez están sometidos esos sentimientos religiosos que consiguen que me ofenda extraordinariamente. A saber: la propia doctrina social de la Iglesia y su Magisterio, siguiendo los textos evangélicos, en ningún sitio indican que Cristo o su santísima Madre estén presentes de manera real en una imagen, sea un cuadro, una escultura o un grabado. Lo que sí que expone, con bastante más claridad que el hecho de la masturbación de la Inmaculada, es que Jesús se manifiesta enteramente en tres lugares y uno de ellos, como se desprende de Mateo 25, 31-46, es en la persona de quienes sufren injusticia, exclusión y marginación (pobres, enfermos, presos, inmigrantes…). Justo el mismo día que se lió parda con la pobre e inmaculada Virgen María, madre de nuestro señor Jesucristo que en Gloria esté, informaban en algunos medios de comunicación que la ONU calculaba en 233.000 las muertes por la guerra en Yemen, casi la mitad niños menores de 5 años (España vende armas a la coalición que bombardea Yemen, por si andamos con despistes), y pocas jornadas antes se anunciaba la muerte de 60 inmigrantes en el Mediterráneo frente a las costas de Túnez, la mayor parte provenientes de Bangladesh. ¡Coño, que a nadie le ha dado por manifestarse por estos detalles intrascendentes! Será que esto no hiere los sentimientos religiosos.
Quien ve una ofensa a la Virgen en un cuadro y es capaz de salir a la calle y convocar vigilias de oración, pero no ve una ofensa a Dios y a Jesucristo y no se siente llamado a la movilización por la matanza en Yemen o por el reiterado y vergonzoso abandono a su suerte de miles de refugiados que mueren ahogados en el mar debería hacérselo mirar.
Los símbolos, que pueden hacer más daño que un puñetazo en cada ojo.