Una etiqueta de tal guisa vi impresa la semana pasada en la base interior del cuello de una blusa, que dicen los entendidos (o la estulticia machista en cualquier caso) que es como debe de llamarse a una camisa cuando es de señora o de niño, porque es más fina. Era bonita la jodida prenda, fondo blanco con listas de un tono celeste. Y encima «fabricada con amor». Joder, que casi se me cayeron dos lagrimones; aunque, claro, uno es capaz de llorar hasta viendo Terminator.
«Green Coast» ponía justo encima de la leyenda de los huevos, una de las firmas de moda de El Corte Inglés. En medio de la costura lateral derecha se podía leer impreso en otra etiqueta, justo antes de la avalancha con las características de tejido, lavado, materiales: importado por no sé qué mierda de empresa, con no sé qué mierda de CIF e, inmediatamente después, la marca de marras, en mayúsculas, no vaya la peña a despistarse: El Corte Inglés.
Juro por lo más sagrado que pensé en la niña india, camboyana o bangladesí quien, sentada desde buena mañana delante de su máquina de coser en mitad de un local ruinoso de un edificio ruinoso, si acaso con el único alimento de un té de hierbas entre pecho y espalda, sin descanso matinal, ni contrato y con nulos derechos laborales, estaba cosiendo la blusa del carajo por menos de un euro al día en una jornada de 16 horas. Puede que hasta sean esas mismas niñas las que acaban metiéndole el hilo y la aguja a la puñetera etiqueta del amor.
Desde luego, no es fácil llegar a tal grado de desvergüenza y de falta de ética a menos que se te haya refrito el cerebro; y no simplemente por el burdo ejercicio de mercadotecnia ejercido a golpe de maza por la multinacional de turno, sino por la cruel vuelta de tuerca y la mercantilización de un sentimiento al que convierte en chufla y que es intrínsecamente ajeno al neoliberalismo. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que una persona en condiciones laborales de semiesclavitud está ejerciendo su trabajo con amor? No me jodas, cuando casi todo currante está deseando que llegue el fin de semana por más que disfrute de una jornada laboral comprendida dentro de las preceptivas cuarenta horas semanales.
Sí que pudiera ser que aquella niña explotada, marginada y con una infancia reducida a escombros en beneficio de nuestros gustos y deseos capitalistas soporte todo tipo de penurias y vilipendios por amor: a su madre, ya mayor, enferma y a la que nunca van a llamar para coser en la fábrica; o a sus hermanos pequeños que no tienen un mal mendrugo de pan duro que echarse a la boca; o a su propia supervivencia y a no querer morir de inanición en medio de la calle… De ahí viene el abuso, no habría de ser de otra manera, de la necesidad convertida en colusiva justificación. Y en ello reside, por ende, la mayor crueldad, eso es lo humanamente execrable, estampar en una prenda que en rebajas te va a costar cinco jodidos euros que alguien la ha fabricado con amor, cuando la verdad es que no le quedaban más cojones.
Pero la culpa no es de ella, no finjamos, que ya somos grandecitos. Ni de la sociedad de mercado. Ni del capitalismo. Si nos ponemos finos la culpa no es ni siquiera de El Corte Inglés. Mucha culpa la tiene tu carro de la compra, y el mío, que ahorra en justicia porque una niña de doce años, en un rincón de mierda de la otra cara del mundo, me ha fabricado una blusa de un billete de cinco con un amor del copón.
Bravo
«Qué una persona compre en comercio justo no le va a solucionar la vida de…»
Lo digo en la entrada de manera indirecta y de manera directa a Juan en su comentario. La militancia y el activismo en redes económicas alternativas al capitalismo es una solución clara, pero eso no es incompatible con cambiar nuestro modelo de consumo individual. Lo que sí que no sirve de nada es seguir consumiendo igual, comprar en los mismos sitios y no hacer boicot a nada. «Que miles de personas dejen de comprar a multinacionales y expresen por qué lo hacen va a posibilitar que niños y niñas estudien o al menos tengan derechos laborales; que te quejes y sigas comprando no va a solucionar nada, porque lo que les duele es el bolsillo, no las tragedias.
Discutir se puede, actuar se debe (por usar un verbo que no es que me guste mucho).
Y yo que dentro de mis grandes límites formativos no veo la evolución en demasía desde hace 200 años. Tecnológicamente de no creer que se podía volar a mandar robots a Marte pero socialmente poco. Vamos a mirar y se nos cuenta que los malvados de aquí y allí terminaron por abolir la exclavitud. No te fastidiada, claro, era más barato tener a cientos de trabajadores sin derechos, sin tener que darles cobijo ni de comer. La exclavitud siguió en otras latitudes. Malvados unos y malvados otros pero yo no, con mi sueldo me permito una prenda de 5 euros, no llega a más. La miseria genera más miseria. Esa niña, bien podría haber sido vendida para esos menesteres y cuando deje de servir sabe Dios que harán con ella. La codificación, la mercantilización de todo. Cuerpos que les produce dinero ya sea creando camisetas de cinco euros, diversión sexual o tráfico de órganos. Violencia que la tenemos en todas partes y miramos hacia otro lado.
Qué una persona compré en comercio justo no le va a solucionar la vida de… «Amor» de esa niña. Qué es un principio pero significa eso que hacemos lo mismo que Europa ante los problemas, que como en «La vida de Brian» discutimos una y otra vez qué hacer, cómo hacer, cómo hacer lo discutido, como discutir sobre lo discutido de qué hacer…
La verdad es que no me gusta discutir sin llegar a una conclusión y por eso, cuando me encuentro con quién le gusta simplemente discutir lo dijo hablando, que no es tu caso. Eres comprometido pero ¿qué solución puede haber?
Está claro que es insostenible este sistema tanto para el que produce, para el medio ambiente como para el que vende con salarios de mierda.
La desaparecida ayuda al desarrollo podría ser el comienzo, la garantía de un mínimo de beneficios sociales y salariales tanto para el que produce como para el que vende también pero… ¿Sé puede hacer algo al respecto mejor, más real, más efectivo y que afecte a esa niña antes de que sea «reutilizada» para otros menesteres cual cabeza de ganado?
Gracias por tu entrada, siempre hace pensar.
Las injusticias que provoca nuestro modelo de consumo son infinitas: en ropa, en alimentación, en tecnología, en ocio… Consumo infinito=explotación infinita.
Ya no sólo es que sean esclavos, es que mueren por culpa de los procesos de fabricación, hace unos años en un documental sobre moda de la noche temática de tve contaron el caso de los vaqueros desgastados que fabricaban en Turquía, en su proceso usaban un componente que provocaba problemas respiratorios y acaba produciendo la muerte y cuando lo prohibieron se llevaron las fábricas a la India, el documental se titula «Víctimas de la moda».
Otro problema es que para vender hacen más cambios de temporada cada año, lo que genera toneladas de residuos y hace que sea una de las industrias más contaminantes del planeta.
En realidad, la solución es de lo más sencilla: dejar de consumir como posesos y posesas a nivel general, pero especialmente de multinacionales. Lo difícil es decidir cambiar de hábitos, que acaba uno pensando que es más fácil dejar de fumar que de comprar en Zara :'( .
Una vez vi un reportaje fotográfico en el que se vía a unas personas en una fábrica en China durmiendo encima de cartones en el propio puesto de trabajo, ya que no les daba tiempo a ir a casa entre una jornada y otra, y no porque viviesen en la otra punta del país (enorme país), sino porque apenas tenían tiempo de descanso, y no le quedaba otra a aquella gente si querían conservar su medio de subsistencia.
No recuerdo a que se dedicaban en aquella fábrica, pero no me extrañaría nada que fuese una destinada a fabricar toda esa ingente marea de productos que nos invaden desde ese país.
Aquello me hizo entender lo desequilibrado que anda el mundo hoy en día.
Caprichos de unos que necesitan de ser mantenidos con la explotación de otros.
Y lo peor es que no parece que haya solución a corto plazo.
Feliz semana.