El monosílabo es tuyo

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    Me acordé de la conocida frase de Voltaire, que se parece bastante a otras similares de otros seres humanos. Por algo será: “quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”.

    Para comprobar fehacientemente en dónde pone sus fundamentos el capitalismo y lo bien que ha asentado sus bases en la conciencia colectiva, lo único que tiene que hacer uno es cambiarse de compañía de teléfono.

    Por motivos que no vienen mucho al caso, eticom, que es la cooperativa a la que por fin me he podido mudar, no puede solicitar directamente la portabilidad ni la baja a Vodafone, lo tiene que hacer uno en persona, y lo primero que llama la atención es el proceso a seguir, claro.

    Para darte de alta en una compañía hablas con una persona que, según parece, está cualificada por la empresa para hacer de todo, hasta cantarte una saeta, porque en un plis te formula todas las preguntas necesarias y hasta te hace la grabación de voz. Lo de rescindir el contrato ya es otra cosa. Que debe ser la mar de complicada, pues no hay nadie cualificado para hacer de todo. Ni para cantar mal debajo de la ducha. De entrada ya te tienen un ratito esperando en cuanto dices la palabra mágica: baja, y después tienes que pasar por tres departamentos distintos: uno en Latinoamérica (nótese la ironía), otro en Barcelona y el último en Madrid. Como si no tuvieras claro desde el principio que lo que quieres es darte de baja.

    Es obvio que el motivo es tratar de convencerte de lo majos que son y que has sido cliente mucho tiempo y tal y pascual. Veamos.

    – Vodafone, le atiende Marisa, ¿en qué puedo ayudarle?

    – Quiero darme de baja –como si no se lo hubiera dicho ya antes a una computadora.

    – Disculpe. Vemos que no ha tenido con nosotros ninguna incidencia y que lleva varios años como cliente, ¿hay algún problema?

    – No, es que no estoy de acuerdo con vuestro modelo de empresa y prefiero cambiarme a una cooperativa. Eticom.

    – Ah, ¿qué le han ofrecido? Les cedemos en alquiler las instalaciones. Cambiarse a una compañía lowcost no sé si le merecerá la pena –me dice, como si no hubiera escuchado lo de que me cambio porque paso de estar con ellos. Y punto.

    – No, si no es eso, es que me gusta ese modelo de consumo.

    – Pero para que se quede con nosotros podemos hacerle un descuento especial por su fidelización.

    Me cuesta decir hasta la puñetera palabra, pero me da coraje. El mismo de siempre.

    – Pues mira, eso que me estás diciendo es uno de los motivos por los que no quiero seguir. Ofertas para que la gente se quede, pero no porque están. Muy justo.

    – No, no, es normal que por fidelización…

    Joder. Y dale con la palabreja.

    – Perdone, señorita, que no es cuestión de dinero, de hecho no me sale más barato.

    Silencio sepulcral. No es cuestión de dinero, no es cuestión de dinero, no es cuestión de dinero… No está la peña preparada para esa respuesta.

    – De acuerdo, le paso a una compañera.

    Musiquita. La compañera pensarían que podría ponerse más dura. Desde Barcelona. Me ahorro el prólogo.

    – Podemos ofrecerle los mismos productos por… 29,90 al mes. Durante un año y gratis los cuatro primeros meses.

    – No, quiero darme de baja.

    – De acuerdo. Le paso a una compañera para hacerle la grabación de voz.

    Musiquita. La misma. Será por no pagar el Canon, como no tienen dinero. Esta vez Madrid. Me vuelvo a saltar los prolegómenos.

    – Antes de darse de baja podemos ofrecerle un 40% de descuento en todas sus facturas.

    – No, quiero darme de baja –cada vez me parecía más a un robot.

    Hasta el mismo día de la baja, 48 horas después, estuvieron llamándome o poniéndome mensajitos con contraofertas: que si un terminal gratis, que si más descuentos. Les faltó pagarme para que me quedara. He visto rupturas matrimoniales menos dramáticas. Dejé de cogerles el teléfono, y suerte que no los puse en la lista negra de llamadas entrantes. Pero a ningún agente se le ocurrió ofrecerme que iban a dejar de contratar en horarios intempestivos y con salarios de mierda a ciudadanos latinoamericanos en sus países de origen, o de inflar las facturas con servicios que nunca había pedido, o de subir ilegalmente las tarifas a sus clientes y no avisarles, o de pasar por alto que no todos los compromisos de permanencia son legales y pueden suponer una estafa…

    Pero lo triste no es que las únicas soluciones que ofertan para que no los dejes tan tirados como una alfombra de esparto sean todas basadas en el capital, en el ahorro, y no en el más mínimo sentido ético. Lo triste es que lo ofrecen porque la mayoría de los consumidores y consumidoras acabamos aceptando. Por ahorrarnos unas pelillas. Porque nos salga más barato. Cristalino: nos tientan con dinero porque lo que nos importa es el dinero.

    Cuando se nos ocurra culpar de todo a las multinacionales y sus políticas de empresa, no estaría de más que en el momento en el que alguna de ellas nos ofrezca un producto más barato al coste social que sea nos pusiéramos un espejito delante, nos miráramos y le preguntáramos de quién depende.

    Sí o no. El monosílabo es tuyo, no de ellos.