Si hubiéramos de detenernos de forma obligada en el aspecto meramente dramático podríamos afirmar sin asomo de dudas y sin necesidad de recurrir a las ampulosas palabras de un crítico teatral que la obra hacía aguas. Como el Titanic tras empotrarse contra un iceberg. Se reía el público, eso sí, pero no es lo suyo reírse mientras se interpreta “La casa de Bernarda Alba”. Pero la cuestión -bastante común en todas las facetas trascendentes de la vida- es que la importancia del drama va más allá de aquello que se puede contemplar representado y suele estar oculto, holgadamente, bajo la superficie, igual que el 90% de un iceberg.
Haciendo honor a ese 90% sumergido, lo que contemplamos sobre el escenario del Centro de Promoción de la Mujer “Nueva aventura” fue un milagro de dimensiones místicas. Si fue verdad aquello de que Jesucristo anduvo por encima del mar de Galilea, dicho acontecimiento se convierte en minucia al lado de lo que lograron realizar las doce mujeres que se metieron en la piel y en la carne de cada uno de los personaje de la obra del inmortal Federico garcía Lorca.
Varias de las mozas -porque lo son, pues sus características conservan a pesar de contar algunas con más de setenta años- apenas saben leer y escribir, no habían salido de su casa en algunos añitos más allá de hacer la compra, tan sometidas sin saberlo a una patriarcal depresión posviudedad o a la espera del marido para colocarle con aprehendida cadencia las zapatillas enguatadas de andar por casa… Por más que lo merecieran, jamás ninguna de ellas había recibido un aplauso. Aquella noche, no sólo fueron objeto de una aguerrida ovación, sino que muchos de los presentes no dudamos un ápice en ponernos de pie casi a punto de entonar una loa a la voluntad y al dignísimo ejercicio de la libertad.
Cuando hablamos de feminismo (a menos que alguien se considere un macho alfa y colmado de ignorancia lo entienda capciosamente como lo mismo que el machismo), la mente tiende a divagar hasta detenerse en las sufragistas, en Emilia Pardo Bazán, en Simone de Beauvoir… En realidad, la sociedad está repleta de feministas que ni son conscientes de que lo son y que, hasta que logran hacerse conscientes de su lucha, se hallan apresadas por lo que Betty Friedman llamaba el “malestar sin nombre”, ese síndrome agudo en mujeres de Estados Unidos las cuales vivían, supuestamente, envueltas en comodidad sin tener que trabajar fuera del hogar, pero entre las que existían altas tasas de depresión, suicidios y alcoholismo. Que una mujer de setenta años que apenas ha salido de su domicilio excepto para ir a misa, residente en un barrio con una tasa nada desdeñable de violencia de género, que no sabe ni leer ni escribir, que permanecía encerrada en su casa aplastada por la depresión de sentirse sola y creer merecerlo… que una, dos, tres mujeres de semejantes características osen subirse a un escenario dejando a su marido en la casa y arriesgándose a ser motivo de burla eso es puro heroísmo. Es feminismo a pie de calle.
Decía la propia Betty Friedman que «ninguna mujer tiene un orgasmo abrillantando el suelo de la cocina»; no sé si alguna podría conseguirlo representando una obra de teatro, pero al observar sus rostros de libertad y de goce, podría asegurar que aquello se le debía parecer mucho.
Bueno, algo de culpa tienes tú en mi forma de ver el mundo. Aunque hay quien me «acusa» de radical, extremista, ‘exagerao’… Como digo en la portada del blog: «temiendo la incongruencia hemos preferido la mediocridad». Cada cual que vea de qué palo va.
imagino la felicidad y la satisfacción de esas mujeres y me siento unidas a ellas por la valentía de plantarle cara a la vida haciendo lo que les gusta aunque su tarea quede a la vista y el comentario de los demás. Les envío un cálido abrazo. Y a ti otro por tu manera de ver el mundo.