«Ángeles con alas de barro»

4x5 original

Un ángel caído, de Giambattista Tiepolo, cerca de 1752

    José Luis tiene esa edad indeterminada de la persona adicta con dientes cariados, delgadez famélica de pómulos hundidos e indómito nerviosismo. No lo dice, pero entre dentro de los planes menos dúctiles que tenga VIH; todos sus amigos del barrio o han muerto de un mal pico o como consecuencia del «bicho». En los últimos quince años lleva tanto tiempo entrando y saliendo del trullo que sus pies se saben el camino de memoria. Metadona de 25 mg, algún que otro canuto y un par de birras cuando se encarta, pero según su proceso mental lleva un año sin meterse nada, algo que, en un barrio como el que habita, supone tanta fuerza de voluntad como la de un mal obispo en la santa obligación de perdonar las culpas a un apóstata.

    Llegó a la oficina acompañado por su madre, una mujer de edad aún más indeterminada en virtud de las malas noches, días y hasta segundos, pero que no pierde la esperanza en la reconciliación por más que su cara sea una oda a la increencia. «Nesesito hasé argo, no pueo está tor día en el barrio sin hasé ná. De lo que sea; me gusta la jardinería, pero pueo hasé de to«, dice José Luis, y la madre lo observa con tristeza ignota y lo escucha maldecir casi sin querer a su padre, que nunca lo ha querido, y ella no lo afirma, pero tampoco lo niega, lo que suele ser otorgarle un espacio infinito a la verdad.

    Quedé con él otro día, tras algunas gestiones con unas personas la mar de sensibles que llevaban un huerto tradicional, le di diez euros para un bonobús, indicándole que iban a recogerle en una parada a las afueras y que demostrara al mundo que podía confiar en él. Su felicidad era directamente proporcional a su falta de voluntad, tan común en las personas resistentes al cambio o con demasiadas cargas sociales a cuestas. Ni qué decir tiene que no fue al huerto, que tuve que localizar a la madre para tratar de seguir deshaciendo el entuerto -nada debe darse por perdido- y que aún confío en que venga otro día a la oficina, a pedir disculpas, devolverme los diez euros cuando cobre su mísera paga o traerme el tique de haber comprado el bonobús y que decida ir de voluntario a un sitio mejor que el que lo rodea.

    Soy un iluso, es probable, pero no necesitan confianza las personas con una sana autoestima, sino los tirados de la vida, los que nunca tuvieron esa experiencia. No todos los ángeles nacieron con idénticas alas.

    Esta primera versión en directo del tema «Ángeles con alas de barro» (2002) es, curiosamente, de un concierto en la Comunidad Terapéutica de personas en rehabilitación con las que compartí vida y aprendí a vivirla durante varios años.

    La menos light y original, de unos ocho minutillos, podéis escucharla pinchando aquí.

ÁNGELES CON ALAS DE BARRO

 Ángeles con alas de barro, caídos del cielo, incapaces de volar.

Ángeles, atados de manos, esclavos del miedo, valientes sin su libertad.

Con navajas de fuego anuncian a vírgenes que se acabó su virtud.

Soportan infiernos sin ser Belzebú.

Ángeles, guardianes de gente que aprecia en sus rostros reflejos de Luzbel.

Ángeles de piel de serpiente mordiendo manzanas en este jardín sin Edén;

Que aparecen de pronto detrás de la luz de un disparo en cualquier callejón

Cegando los ojos con su resplandor.

Todos fuimos ángeles por poder de Dios,

No juzgues a nadie mira en su interior.

Si los ves culpables de su condición

Trata de ser ángel en su situación,

Y que tire la primera piedra quien no sea pecador.

Ángeles al pie del sepulcro, con chupas de cuero, obligados a vivir.

Ángeles colgados del mundo, sin gloria, aleluyas ni credos con qué resistir.

Muestran su Apocalipsis dejando escapar a un caballo de tono marrón.

Se entregan al business de ser buen ladrón.

Ángeles con almas errantes, purgando las culpas que nadie perdonó.

Ángeles en barrios que arden, vencidos por una locura de eterno rencor.

Resucitan el cuerpo comprando y vendiendo su vida al mejor postor,

Salen del desierto con más tentación.

Todos fuimos ángeles…

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