Si me viera constreñido por las personas que me odian (o por las que me aman en grado sumo) a anotar mis incoherencias línea por línea, el rollo de papel higiénico que debería de usar a fin de reflejar cada una de ellas con el rigor debido es posible que atravesara el Sistema Solar y alcanzara la Nebulosa de Orión.
He de decir, en defensa propia y no como demérito, que buena parte de ellas resultan relativamente intrascendentes, más allá de que las incoherencias nunca sean dóciles en la mente de quien hace de ellas uso. A saber: tener móvil con Coltán de las minas del Congo, por ejemplo, por más que sea desde hace años de segunda o tercera mano; comprar productos del todo innecesarios, tipo chocolate de comercio justo, alguna que otra cerveza artesana, pedir un dürüm de falafel o meterme entre pecho y espalda dos roscones de reyes veganos en menos de dos días (a casi medias con mi pareja, eso sí), mientras la mayor parte de la población mundial no tiene ni donde caerse muerta. Ya digo, detalles que no dan para cortarse las venas y no socavan de cabo a rabo la particular idiosincrasia del que suscribe ni su manera de entender el mundo y las relaciones. Vaya, que no se desmonta mi escala de valores como un castillo de naipes, sino que cae alguna que otra carta con más o menos gracia.
Como es meridianamente más sencillo (a la par de menos ejemplar) juzgar las incoherencias de quienes nos rodean y son figuras públicas, me voy a poner a ello, no porque me ofendan, en honor a la verdad, sino porque esas están más a la vista del personal, hasta salen en los medios de comunicación, pero algunas, por más gordas y funestas que se presenten, parecen no importunar a nadie.
Comenzando por un caso también de parcial importancia, podríamos decir que es bastante incoherente que, si una persona con ideas alternativas decide entrar en la web de Anticapitalistas a fin de encontrar eso que venden sobre transformar de manera radical el sistema actual, compruebe que sus redes sociales pertenecen en su totalidad (salvaremos Telegram) a los todopoderosos GAFAM. Incluso más incoherente puede resultar que dicha persona les escriba un correo de contacto proponiendo alternativas anticapitalistas y antimonopolistas que podrían al menos combinarse con las otras y ni reciba contestación.
Siguiendo una línea similar, podemos considerar del todo más incoherente que un miembro de Anticapitalistas, Kichi González, alcalde de Cádiz, en lo que sus colegas consideraron un dilema moral insoluble, defendiera en 2018 a Astilleros, sobre todas las cosas y posibilidades, a la hora de aceptar un contrato de venta de 400 bombas de precisión a Arabia Saudí y colaborar muy directamente en la guerra de Yemen.
Pero la palma se la ha llevado Pablo Iglesias la semana pasada, dejando seco al más pintado, no porque nos atrevamos a decir ahora a boca llena que la izquierda tiene un dilatado historial antimilitarista a nivel mundial (más mentira no podría ser), sino porque hay un soberano salto de calidad entre, bueno, untar un poco la tostada del ejército, como si en algún momento se hubiera creado para fines distintos al del uso de la fuerza (tan necesario para mantener mi establishment anticasta), y sacar de repente a colación a militares de la UME, cuando nadie te ha obligado a hacerlo, en un contexto, el de la Cañada Real, en el que se difumina hasta el éxtasis su función de mantenimiento del status quo dando a entender que puede realizar labores sociales y humanitarias como si no existieran otros grupos especializados en dichas tareas. Que hay problemas de luz y servicios básicos en asentamientos irregulares: «señorías, mandemos al ejército». Te has cubierto de gloria, majo.
Hay un detalle muy pertinente, sobre todo en este último hecho, que debiera hacer pensar a cualquier persona con dos dedos de frente: la oferta de Iglesias no fue criticada en el fondo por sus más acérrimos enemigos políticos, que han sido capaces de lanzarse a la yugular tras conocer la incoherencia de un chalé en Galapagar, de la situación laboral ilegal de la cuidadora de Echenique o de los chistes machistas hacia Mariló Montero. A saber: la riqueza, la explotación laboral y el machismo son asuntos vergonzosos para una buena persona que se precie de ser de izquierdas, pero naturalizar las armas, el ejército y sus intervenciones son peccata minuta, o ni eso.
Por mi parte, si alguien que me odia no dice ni mu antes una de mis decisiones, procurará darme veinte latigazos y con la espalda caliente reflexionar cuál exactamente ha sido la burrada que he soltado.