Lo he dicho tantas veces que, cuando venga el lobo, me va a pasar como a Pedro y nadie me va a hacer caso. Me refiero a lo de aquellas películas adelantadas a su tiempo y que nadie podría creerse que se concibieran y rodaran en el año en que lo fueron. Ahora en serio, hacedme caso: «La kermesse heroica» es, sin duda, la que rompe todos los moldes.
Rodada en 1935, el filme del irregular director belga Jacques Feyder parte del contexto histórico de la dominación española en Flandes a principios del siglo XVII. El burgomaestre de la pequeña localidad de Boom y su séquito de varones son advertidos con preocupación del paso inmediato por la ciudad de los crueles tropas de los Tercios mientras preparan con alegría la fiesta popular conocida como kermés (kermesse en flamenco) y cuyo sentido es bastante intraducible al castellano. Violaciones, asesinatos, destrucción… son las expectativas a las que se sienten avocados los habitantes del pueblo sin poder aferrarse a la más mínima esperanza. Menos mal que los hombres del lugar siempre tienen un plan, tan bien tramado que son «asuntos demasiado importantes para las mujeres», como repiten una y otra vez a sus esposas.
El desarrollo de la kermés finalmente se convierte en una heroicidad, pero no precisamente gracias a las brillantes ideas de los varones, tan inteligentes, sensatos y cobardes ellos, sino por la intervención de las mujeres , quienes controlan la situación de pleno comenzando con una arenga por parte de la esposa del burgomaestre, Cornelia, que hubiera firmado Angela Davis de haber estado presente en 1935: «mujeres, llevamos demasiado tiempo aceptando la dominación». Y no solo rompe moldes de género el guion de Feyder y Spaak, sino que incluso deja espacio para una clara referencia a la homosexualidad y/o al discurso con-educativo (si puede emplearse ese término en 1935) en una escena en la que un habitante de Boom y un soldado invasor comparten gustos en el tiempo libre.
Pero toca tantas facetas y de una manera tan satírica la exquisita comedia de Feyder, como un anticipo del famoso lema «haz el amor y no la guerra» que hiciera famoso décadas después el movimiento en contra de la guerra de Vietnam, o la falsa idea del «enemigo» y la confraternización, que el cinta fue prohibida en la Alemania nazi, en la España franquista (se estrenó poco antes de la guerra civil y nunca más se supo de ella hasta la ligera apertura de mediados años 60) y tuvo problemas de distribución y durante las proyecciones en Países Bajos por parte de los movimientos nacionalsocialistas y en Francia por ser acusada de colaboracionista con la invasión. Curioso que ambos extremos la vieran peligrosa, como sucediera poco después con «La gran ilusión», de Jean Renoir.
En el plano técnico, La kermesse es prácticamente perfecta. La ambientación, decorado y vestuario, inspirados en la pintura de la escuela flamenca, son admirables y no es fácil encontrar referentes ni anteriores ni posteriores; las actuaciones de un realismo impecable, aún más meritorio habida cuenta de que muchos de los miembros del reparto provenían del cine mudo, de manera destacada Françoise Rosay, esposa en la vida real de Feyder, en el papel de Cornelia; y la dirección sin nada que envidiar al gran maestro Ernst Lubitsch, quien sería conocedor de la película francesa, al obtener en 1936 el Premio del círculo de la Crítica de Nueva York, antes de su excelente «Ser o no ser» (1942), y del que a su vez Feyder toma prestados los magníficos juegos interpretativos fuera de plano que creara el director de origen alemán con «Los peligros del flirt» (1924).
Podemos hilar fino, recurrir a posibles interpretaciones de un final abierto o al menos poco explícito con esa mirada que Cornelia lanza a su marido entre el desdén y la lástima cuando le permite sentirse el héroe, pero «La kermesse heroica» deja a lo largo de su metraje muchas cosas claras, por más que seamos como el tonto que mira al dedo cuando el sabio señala a la luna.