- Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.
- Justo a finales de ese mismo año, 1983, el gobierno de coalición irlandés aprobaba la Octava Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho a los nonatos y que llevaba debatiéndose desde un par de años antes. No podía ser pues más oportuna la proposición de Swift elaborada cerca de dos siglos y medio antes y que trataba de dar salida útil a los niños y niñas nacidos en situaciones de indigencia cuyos progenitores seguramente iban a ser incapaces de mantener y bajo ningún concepto podían ser una carga para las arcas públicas y para el resto de la sociedad.
- No es mi intención destripar la ávida propuesta del escritor irlandés, pero si en el caso hipotético de que cualquiera de los Bardem se pusiera a proclamar a día de hoy en una Gala de los Goya algunas de las conclusiones de Swift, cualquier juez de pro, o la Ministra de Cultura de turno, o el presidente de la Academia pedirían su cabeza como si estuviéramos, justamente, en 1729, cuando se escribió el ensayo. Si fuera Guillermo Toledo lo mismo ya serían palabras mayores.
- Al día siguiente, en la prensa, M. Rajoy y allegados, y la derecha más rancia y hasta cualquier líder de una supuesta izquierda que se dice anticapitalista pero se resiste a perder el más mínimo privilegio llenarían sus perfiles de redes sociales con vilipendios y elatas muestras de desprecio. Serían probablemente los mismos que apoyan el asesinato de niños en la guerra de Siria con sus exportaciones de armas; o quienes permiten que tiernos infantes se congelen de frío en los campos de refugiados de Grecia al negarles visados; o que otros mueran aplastados bajo las ruedas de los camiones por tratar de buscar una vida mejor en este Occidente que quiere hacer suyo el mundo… Por eso, esos politicuchos de tres al cuarto no soportan la sátira, igual que aquellos a los que dirigiera su ofensa Swift y a los que lastimara O’Toole con su inoportuna puesta en escena, porque lo que supone un broma para otros (que ya hicieran cientos de propuestas mejores, como fue en el caso de Swift en «A short view of the state of Ireland» tres años atrás ) es verdad y sarcasmo para ellos, para sus vidas tan dignas, tan buenas, tan impolutas.
- Al inicio de otra obra certeramente satírica, «La conjura de los necios», publicada de manera póstuma apenas unos años antes del espectáculo de O’Toole en el Gaiety Theatre, su autor John Kennedy Toole (otra curiosa coincidencia) transcribía una frase de Jonathan Swift: «cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él». Habemus nescii. Una jartá. Amemos la sátira. No va a llevar su lectura más de un cuarto de hora.
- Swift Jonathan – Una Humilde Propuesta