Cuando era un mico me quedaba embobado viendo las carrozas de la Cabalgata de Reyes de mi pueblo. La mayor parte de ellas inmensos trastos medio góticos arrastrados por tractores de ruedas gigantescas cuyo ruido mecánico aturdía los oídos de las familias que se agolpaban a derecha e izquierda, colmadas de ilusión, tratando de adueñarse de los escasos caramelos que lanzaban a la multitud como lluvia de colores figurantes disfrazados de dibujos infantiles, ángeles, pajes y sagradas familias.
Las carrozas que discurrían por las calles del pueblo a paso de tortuga estaban montadas con mucho esfuerzo y subvención municipal por colegios, parroquias y alguna que otra asociación de vecinos. Se sentía uno parte de todo aquello porque siempre existía algún miembro de tu familia, de cualquier generación o grado de consanguinidad, que había participado en su construcción, aunque sólo fuera pintando de marrón el lomo de un camello de corcho de metro y medio de alto. No me alcanza la mente a recordar si salían o no Drag-Queen animando el cotarro –que entonces no se llamaban así, claro–, niñas vestidas de Reinas Magas o si los trajes de sus majestades eran un exquisito ejemplo de normalidad. Ante estos dos últimos puntos mis dudas son realmente soberbias, habida cuenta de que el mago por excelencia de entonces y que nenes y nenas teníamos en la cabeza era el Merlín de Disney, tocado con un gorro de cono y embutido en un cáustico uniforme azul al que, encima, le endosábamos estrelllitas doradas, y que más de un Belén estaba formado por dos niñas: una que hacía de Virgen y otra de San José. Y a nadie le importaba un carajo, la verdad.
Como lo de que la política emponzoña todo lo que toca viene de lejos, el asunto empezó a torcerse un poco cuando al Consistorio no se le ocurrió otra cosa que conceder un tercer premio a unos colegas –amigos de los de siempre– quienes, haciendo un uso peculiar del dinero de la subvención, montaron una carroza con una de las actividades tradicionales: una matanza. A saber, cuatro palos mal puestos sobre un entarimado y los mendas hinchándose los carrillos a base de morcillas, chorizos y vino de pitarra. Todo de la zona, eso sí.
Lo que tengo claro es que en la Cabalgata de mi pueblo, no lucían palmito ni la banca ni las multinacionales, algo bastante de agradecer. Lo mismo por eso odio a ambas nada cordialmente sin sentirme por ello culpable ni darme por creer lo felices que hacen a grandes y chicos.
Por contra, en la Cabalgata de este año en Córdoba capital quienes más han destacado no han sido los Magos de Oriente –en realidad en ningún sitio pone que fueran reyes, pero el poder que ostenta la Monarquía llega hasta todos los rincones del orbe– sino las toneladas de caramelos donados por BBK-CajaSur, la Fundación Cajasol o El Corte Inglés. Supongo que en Madrid, en Vallecas y hasta en el reducto más independentista de este microcosmos llamado España habrá sucedido tres cuartos de lo mismo. Y me jode. Me jode mucho que nos preocupen tanto y nos rasguemos las vestiduras por unas Drag-Queen vestidas de peluche –como si fueran en pelota picada, que así vivíamos felizmente en el Edén hasta que el cagarla de gordo nos hizo creer que eso era malo– porque es adoctrinamiento LGTBI, pero al mismo tiempo nos llenemos los bolsillos a manos llenas y sin el más mínimo rubor con caramelitos nada asépticos donados por entidades que promueven la injusticia social, la corrupción y los desahucios –de familias con hijos que lo mismo han colmado sus bolsillos con esas jodidas golosinas prosistema–. Eso no es adoctrinar en el capitalismo y la sociedad de consumo. Mejor que los niños y niñas de Vallecas piensen lo pecaminoso que es ser gay en vez de que empiecen a dudar de las bondades del neoliberalismo, no vayan a tener los padres y madres que cambiar de hábitos. A sus años.
No deja de ser curioso que esos colectivos y grupos ultraconservadores que defienden a ultranza tan castas tradiciones se enorgullezcan de sentirse católicos de pro, porque esa persona que dicen seguir, Jesús de Galilea, jamás tuvo una mala palabra hacia las prostitutas, pero puso a caldo y fue especialmente vehemente en sus discursos con quienes ejercían el poder político y religioso. El mundo al revés. Que viva El Corte Inglés, al hijo de María nacido en un pesebre de mierda porque no tenía un puto duro que le den mucho por saco.
En los reyes de mi resi, que nos vestimos tres compis para darles regalos a las personas residentes y globos y chuches a los hijos e hijas de trabajadoras y familiares, una nena le dijo a su mamá que el rey con la barba roja iba disfrazado, porque se le veía la goma 😀 . No dudó que fuera rey, sino que iba disfrazado. De hecho, era una mujer, pero de eso tampoco dijo nada.
Los reyes se suelen portar bien en nuestros barrios, no porque seamos buenos, sino porque somos ricos 🙁 . De todas formas acostumbran a dejarse llevar más en nuestras debilidades por la misericordia que por la justicia 🙂 .
En mi pueblo de pequeño era similar en muchos aspectos. Ahora en Málaga, en la cabalgata, es distinto. Mis peques criticaban la razón de estar personajes Disney. «¿Qué tiene que ver con la Navidad?». Pero es no es todo. Cuando vieron a un grupos de asociaciones de vecinos unos disfrazados de raperos, otros de murga carnavalera y otra tocando los tambores a lo brasileño… Estaban indignados. Para qué te voy a contar cuando vieron a los farsantes, «falsantes» según ellos.
«Lo ves papá, hasta el rey de en medio es una mujer.» Jajajajajaja
Creen en los reyes pero es que «los ayudantes son muy malos disfrazándose».
Los reyes estos vinieron en camellos cosa que me ha gustado ya que es más «seguro». Hace dos años murió un niño al tirarse tras los caramelos y la carroza lo arrolló. Ahora, no sé hasta qué punto no es estresante para ellos estar rodeado de tanta gente.
Trans muchas críticas, con la caída de los muñecos y caramelos disfrutaron mucho y les dió igual que se disfraza tan mal esos ayudantes.
Un saludo y espero que se hayan portado bien los Reyes que tú sé que sí.