Hoy toca ser breve. Lo mismo porque lo he repetido más de una vez, pero es que cada vez que alguien saca el temita me toca mucho la moral (me he vuelto fino tras las cargas policiales contra el referéndum, no vayan a encarcelarme por pervertir oídos pre-púberes). Se trata de los pobres y de sus vicios, claro, de lo poco sensatos que son y de su tremebunda falta de responsabilidad.
Es una de las muchas cosas malas que tiene ser pobre, que no se pueden tener ni vicios. Bueno, en realidad lo que no se puede tener es ocio, porque con lo de los vicios y el ocio suele suceder como con las manías y las costumbres. Las mías son costumbres, las de los demás, manías: «tengo la sana costumbre de fregar después de comer», «tiene la manía de tener que fregar en cuanto terminamos de comer». Será que nunca he llegado a entender del todo -en determinadas circunstancias que provienen bastante más del interés personal que del hecho de estar en un campo de exterminio- la llamada ética de situación.
Así, el ocio del rico (o de la clase media, o de la clase trabajadora…) se convierte inmediatamente en vicio en la vida del pobre, por arte de magia. Y es que el desarrollo moral y sus procesos mentales son idénticos a los que se dan en la política: «cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje» (Aldous Huxley).
Resumo:
– Tomo decisiones egoístas y de mierda, pero me lo puedo permitir, luego tan malas no serán mis decisiones, o si lo son para eso está el banco que me avala o Cofidis que me ayuda a pagar a plazos mis deseos y necesidades aunque sean banales, ilusorias, absurdas y superficiales.
– Tomo decisiones egoístas y de mierda, y no me lo puedo permitir, luego soy un egoísta y un mierda que sólo piensa en sí mismo, y encima, como nadie me avala y le debo lo más grande al Cofidis las paso putas, tanto yo como mi familia., para cubrir mis necesidades nada banales, ilusorias, absurdas ni superficiales.
Y aquí llega el punto de inflexión para descubrir por dónde respiran nuestros criterios y nuestra escala ética de valores. ¿Qué es lo primero que se me ha pasado por la cabeza tras leer ambas situaciones? ¿Que el pobre es un tipo indecente?
Como no quiero que se me noten mucho mis tendencias y se me acuse (justamente) de falta de objetividad me quedo con la frase de Molière de que «prefiero un vicio tolerante a una virtud obstinada». Y al fin y al cabo, ¿quién no conoce a muchas mejores personas viciosas que virtuosas?