La verdadera pobreza no es que con tus ingresos no puedas llegar a fin de mes.
O andar rastreando comida por los contenedores de basura. A la puerta de un supermercado o en la zona VIP de la ciudad.
Tampoco consiste en ser un parado de larga duración, que ya se ha comido todas las prestaciones y está esperando a cumplir los cincuenta y cinco para poder cobrar el subsidio.
La pobreza de verdad no es, per se, haber nacido en un barrio de exclusión, en un gueto, o pertenecer a una familia con graves problemas de desestructuración. Droga, prisión, colectivo en minoría.
No depende de que los munipas te requisen los ajos, los calcetines, el romero de la buena ventura.
Ni de que no tenga tu madre un euro para comprarte las ceras de colores o los cuadernos que exigen en la guardería pública.
La verdadera pobreza es saber que eres pobre y tener asumido que así va a ser por siempre jamás. La verdadera pobreza consiste en creérselo. Y pasar esa fe a los hijos, a los nietos. Negarse las pocas oportunidades que llegan, porque “total, ¿pa’ qué?”.
La pobreza de verdad es acostumbrarse. Y confiar en que se dejará de ser pobre por tener dinero, aunque te lo fundas con complacencia en la primera semana del mes, porque “total”.
La pobreza real es negarse la posibilidad de un cambio, porque nunca te ha sido necesario para lograr sobrevivir. Y pensar que con sobrevivir ya es bastante, que no hace falta ser feliz, o que ni siquiera es posible.
La pobreza real es que necesites dar de comer a tus hijos y, sin embargo, por dejadez, no sientas como responsabilidad tuya entregar con urgencia una documentación que te daría acceso a alimentación infantil.
O que no hayas logrado terminar ni el bachillerato, pero tengas la suerte de que te ofrezcan la posibilidad de un trabajo y digas, con toda naturalidad, que no te gusta: porque te da cosa limpiar el culo a los abuelos, o le tienes miedo a los perros…
Convivo cada jueves con la verdadera pobreza. En la oficina de Cáritas. Un 85% de las familias que atraviesan la puerta lo sufren. Es la peor de las pobrezas, porque desde que fuera creada y establecida hace siglos por estancias superiores: el estado, la religión, el poder económico… ha calado como un crudo invierno en las personas que la padecen, y se han acostumbrado tanto a ella que es como una mala gripe. Termina en bronquitis, o en neumonía. Y las enfermedades serias no siempre se curan con dinero, sobre todo las de componente psicosomático. Las cura la voluntad y si te han ido practicando lobotomía tras lobotomía durante generaciones…
La voluntad es el polo opuesto a la pobreza. Es la mar de fácil dejar de tenerla.
Pues gracias. Aunque sea en Librodecaras 😀
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