Cada navidad que pasa estoy más convencido de la magia dispensada a manos llenas por sus Majestades de Oriente. Sí, sí, y no me refiero a eso de repartir regalos a tutiplén en una única noche y que sean capaces de pasar desapercibidos para todo el mundo; más jodido lo tiene Santa Claus que sólo es una persona y encima se dedica a la tarea por todo el globo, no sólo en esta España cañí.
El milagro que reparten los reyes es el de sobrevivir antes y después del 6 de enero. Y repetir al año siguiente las mismas pautas como si nos hubieran lavado el cerebro con mejor resultado que la lobotomía practicada a Nicholson en “Alguien voló sobre el nido del cuco”.
Parece que no, ¿eh?, pero todo empieza con lo de: “este año no me pilla el toro, compro los regalos antes”, y resulta que llega el 24 de diciembre y no tienes todavía en stock ni un frasco de colonia.
Por norma general, no importa en estas fechas lo solidario, austero, coherente y con conciencia social que hayas procurado ser el resto del año, cuando se acerca el día del Apocalipsis regio, de nada sirve que le digas a tu madre un año más que no quieres que te regale nada, porque, como no sabía que comprarte, te endosa un jersey, unos pantalones o unos zapatos de marca fabricados por niños en Taipéi, que probablemente no vayas a ponerte en tu vida y que aceptas con la mejor de tus sonrisas antes de soltar el consabido: “te dije que no me compraras nada”. Lo intentaré de nuevo para el 2017, mamá.
Luego están los sobrinos, si tienes hijos debe de ser para cortarse las venas. Da igual que tengan de todo y no les vaya a dar tiempo ni de probar cada juguete a lo largo del año: “¿cómo no vas a comprarle nada a tus sobrinos? ¿qué va a pensar tu hermano y tu cuñada?”. Y si ya llevas unos cuantos añitos haciéndote el remolón porque sabes que no es muy educativo eso de “pedid y se os dará (todo)” -sobre todo si ya eres consciente de que quienes pagan los regalos no son precisamente los tres tipos a la moda hipster-, te pones a darle vueltas al tarro, pues te da ese arranque de coherencia de la que aún puedes hacer gala y ya que le vas a comprar algo quieres que sea de comercio justo, responsable o al menos que esté fabricado en Europa (España ya lo da uno por perdido) y te ves de tienda en tienda, el 3 o 4 de enero si es para Reyes o el 30 de diciembre si se va a pasar por casa el gordinflón de la barba blanca, investigando las solapas de cada cajita que parece que en vez de estar uno buscando un juguete es alérgico al gluten, a la lactosa o a los frutos secos de cáscara. “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in P.R.C.”, ¡Ah!, coño que no, que también es de China. Te quedan Lego y los Playmobil y un roto en el bolsillo si decides mirar la etiqueta del precio después de la de los ‘ingredientes’. Y luego para que la fecha en cuestión se pongan a jugar con otro que le regale otro tío materno y que esté hecho en China.
Vas a una librería, claro, buena opción, porque los libros, como todos sabemos, están impresos en España. “Libros infantiles, por favor”. “Aquella sección de allá al fondo a la derecha”. Joder, llegas y es impresionante, incluso sin ser El Corte Inglés. Libros de dinosaurios, de Egipto, de monstruos, de naturaleza con maquetas y montajes incluidos, pegatinas, cedés interactivos… Se te cae hasta la baba, incluso de la Marvel ves, y como tu sobrino flipa con Los Vengadores allá que te agarras el libro para ver el precio. Abres la solapa para echarle un ojo y allí, en primera línea de playa, impertérrita, insidiosa, están las credenciales: el ISBN, el título y ese nefasto diseñado en España hecho en China. ¡Cooooooooooooooooño! Lo mandas a tomar por culo y te dices, inocente, que es que es de la Marvel, norteamericanos, explotadores en potencia, y recurres a una editorial de lo más católica, SM, con premios de empresa responsable y toda la gaita y que también tiene la mar de ediciones molonas, y se te cae el alma a los pies tras echar una ojeada a la primera página. Piensas que en este caso no puede ser una subcontrata china, que debe de ser peña que está en los coles de los marianistas, pero es todo fruto de la desesperación del momento, de que estás a dos días del Doomsday y te ves envolviendo debajo del árbol una bolsa de gominolas que, aunque tienen multitud de colorantes E nosécuantos y puede darle un cáncer de colón, están hechas en España.
Y cuando, tras recorrerte media ciudad, por fin has conseguido encontrar un detalle que reúne todos los requisitos (es mas fácil encontrar trabajo que una mierda de regalo solidario), resulta que te dicen que debes de comprar más cosas y potenciar el consumo exacerbado para que no se sienta mal fulanita de copas, que también va a regalarle noséqué a noséquién de tu familia porque a su vez también le va a comprar algo a otro noséquién… en realidad la lista de noséquiénes se hace más interminable que una temporada de Los Serrano.
Al final uno no sabe si lo de decirle a tu madre y a todo el mundo conocido de Marte hasta aquí que no te compren nada es coherencia o instinto de supervivencia para no tener que regalarle nada a nadie. Lo mismo no tengo descendencia para no tener que sufrir un derrame en la pleura o una gastroenteritis cada vez que le diga a los abuelos que ni se les ocurra comprarle nada al nene que no reúna tales requisitos.
Y me encantan las fiestas navideñas, como las de antes, cuando te hacía ilusión la bici, o el click, o los cuadernos para colorear con sus lápices incluidos… Y tener que esperar al año próximo para ver si caía algo de lo que había pedido este. Y no pierdo la esperanza de que mi madre me haga caso en el 2017, y de que no dejemos de ser coherentes ni en navidad, aunque se enfade hasta el Papa de Roma por el hecho de seguir creyendo y luchando por mantener los ideales del resto del año, de este que acaba de empezar, y no botarlos igual que un regalo del que uno ya se aburre de tantos como tiene.
Me alegro de todo corazón que tengas una familia tan generosa y concienciada con el mundo y la sociedad de consumo, pero no todo el mundo lo entiende ni lo suscribe. De hecho, se podría ser aún más solidario con eso de fuera compras y fuera estrés, como decidir no regalarle nada a los nenes, o al menos sólo una cosilla, que seguro que en su cumple y en otras ocasiones algo cae, y el resto ir concienciándoles también de que Los Reyes prefieren regalarle a los niños y niñas que nada tienen el resto del año.
Pero resulta que en mi casa -como en otras muchas que yo me sé- no aceptan siquiera no comprarme regalos y más de una vez les he dicho que den dinero a una ONG en vez de darme nada a mí. La contestación es esa de: «bueno, yo te doy el dinero y haz con él lo que quieras».
Visto pues que eso es imposible por el momento, mi decisión desde hace años consiste en que no les compro nada a mis sobrinos ni a mis padres ni a nadie prácticamente, excepto algo puntual, y con esto, como somos generalmente de dar sólo cuando nos dan o sólo por ir a corriente, he conseguido igualmente que casi nadie me regale. Yuhuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.
Esta entrada es una crítica al sistema de consumo y a lo que cuesta romper determinadas tradiciones, por lo que es importante hacer lo que ves correcto aunque no te entienda ni Dios. En realidad ni estuve el 24 de enero comprando corriendo (aunque a veces me pasa por mera dejadez), ni el 3 ni el 4 de enero. Sólo he comprado tres cosas esta Navidad, pero, eso sí, si intentas ser coherente pierdes mucho tiempo en ver dónde están fabricadas las cosas, algo que por suerte ya no me pasa tanto porque me sé todos los ‘ingredientes’ casi de memoria.
Procuro vivir austeramente y alejado del consumo cada día del año, sin conseguirlo como quisiera, y espero no cambiarlo nunca en Navidad, aunque, como decía San Frascisco, el pobre por excelencia, todo el mundo debería hincharse ese día porque nace nuestra salvación. Igualmente absurdo sería vivir con inutilidades y con cosas de sobra durante el año y en Navidad, como tenemos que ser más solidarios, más austeros, más sensibles repartir sólo ese día el dinero a los pobres.
*vorágine, …. lo siento!
Una idea, una alternativa (no es mía, nos la compartió un amigo jesuita francés porque así lo hacían en su familia): sólo se le regala a los peques (y con moderación organizada) y los adultos reunimos el importe de lo que nos íbamos a gastar, lo metemos en una saca y cada año se ofrece a una causa. Es lo mejor del mundo, bajarte a conciencia y con sentido de la borágine consumista que cobra aún mayor incoherencia en esas fechas. Fuera estrés, fuera compras… verdadero sentido a los Reyes Magos.
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