Hay artistas difíciles de explicar (lo de catalogar ya sería de nota). Como fuera de tiempo aunque bebiendo de las fuentes obvias de su generación, el trasgresor por excelencia Pier Paolo Pasolini, novelista y director de cine, debe ser considerado por decreto uno de ellos.
Marxista, católico y homosexual y que sufriera en su juventud la dictadura de Benito Mussolini, sus obras contienen todos los ingredientes para ser odiada y repudiada por los movimientos neofascistas de la década de los 60 e incluso del propio Partido Comunista que lo expulsó de sus filas tras su declarada homosexualidad.
Pasolini, siendo de la misma quinta y nacionalidad de genios tan distintos como Visconti, Fellini, Leone o Antonioni, aún logró marcar notables diferencias en su forma de entender y enfocar el cine. A partir de la renuncia expresa a todo lo que consideraba superfluo en iluminación, música o planificación y en claro contraste a sus contemporáneos o el cine surgido en Francia con la Nouvelle Vague el director nacido en Bolonia, usando la simplicidad de las técnicas del cine de los años 20 mucho más cercano al movimiento neorrealista y al pragmático Bresson, nos ofrece unos filmes plagados de directividad, de planos fijos en reconocida influencia de los cuadros de la etapa renacentista. Pero lo que deja en absoluta circunspección al espectador es que a pesar de usar recursos primarios, en sus argumentos y en forma de enfocarlos o adaptarlos (véase “El evangelio según san Mateo” o “El Decameron”) no tiene el más mínimo reparo en realizar la película que tiene en mente, fuera de prejuicios morales, religiosos o sociales, lo que precisamente en virtud de su sequedad supone mayor impacto visual.
“Accattone”, su primer filme, es el paradigma de todos estos argumentos. Pasolini, que colaborara en el guión de “Las noches de Cabiria” (Fellini, 1957), nos muestra con una firmeza pocas veces vista hasta entonces la crudeza de los suburbios de Roma, abandonando toda mínima dulcificación o identificación con sus protagonistas -al contrario sobre todo que Fellini-, en este caso la historia visceral de un vago y proxeneta que supuso las iras de la tradicional sociedad italiana.
Necesario se nos hace recordar como primordial característica de este inusitado creador y en una muy similar tendencia a la del nombrado Fellini, que a pesar de su clara influencia neorrealista, ya desde esta cinta, Pasolini nos ofrece su particular universo surrealista y simbólico, cargado de referencias bíblicas con la clara intención de llenar de trascendencia la más mundana de las vidas y de sus terribles decisiones. Algo que consigue con inusitada contundencia gracias a la música sacra, medida y precisa, de J. S. Bach.
Dejemos paso a un artista mayúsculo, distinto, único… tan odiado como auténtico. Demos entrada a Pasolini.
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