Apenas habían pasado tres y cuatro años respectivamente desde el final de la invasión de Vietnam cuando Cimino y Coppola ofrecieron al público su particular visión del conflicto con dos de las mejores cintas bélicas -sin serlo de manera clásica en forma ninguna de ambas- de la historia del séptimo arte. Nos referimos, obviamente, a “El cazador” (1978) y a “Apocalypse Now” (1979). Sendas cintas exploraban de manera radical, y a partir sobre todo de un soberbio Christopher Walken y unos minutos para la gloria del último e inconmensurable Brando, las miserias y consecuencias de la guerra en el individuo, así como la bajada a los infiernos de quien ha contemplado demasiado de cerca la tragedia. No es baladí que la obra de Coppola se base en la magistral y oscura novela de Conrad “El corazón de las tinieblas”.
De otros corazones hablamos, pues cuando aún los campos de arroz vietnamitas mostraban fuego de bombas y napalm, allá por 1974, Columbia Pictures se decide a producir “Hearts and Minds” y a deshacerse finalmente de ella ante las presiones de emblemáticos círculos de poder que hicieron lo imposible por paralizar su distribución (lo lograron durante un año, tras el cual consiguió el Oscar al mejor largometraje documental en 1975). El título del filme proviene de una cita de presidente Johnson: «la victoria final dependerá de los corazones y las mentes de las personas que realmente viven allí». Obviamente pudieron más esos corazones y esas mentes que el supuesto ejército mejor equipado del mundo.
Lo que supone de introspección en las dos cintas de finales de los 70 a las que hacíamos referencia al inicio de este texto y que en parte retomaría Oliver Stone con la menos redonda “Platoon” (1986) haciendo llagas en el imaginario e ideario estadounidense mostrando realidades como la del fragging entre los marines, es en “Hearts and Minds”, del escritor y productor Peter Davis, absoluta catarsis. No sufre solo el individuo, no es solo la futilidad de la guerra por sus consecuencias, Vietnam supone una herida sistémica que en virtud de la connivencia, la mentira interesada y la farándula convierte en caos e insensibilidad todo lo que toca. Nada se deja atrás en su relato portentoso y despiadado de los desastres globales que arrastra un conflicto bélico, y que muestra en movimiento algunas de las más famosas instantáneas que, como en un reality show, conseguirían el premio Pulitzer: la niña desnuda, llorosa, con la ropa quemada por el napalm, la ejecución de un oficial del Viet Cong con un tiro en la sien… Y lo hace en variadas ocasiones desbrozando con precisión quirúrgica a quienes hablan del conflicto y de la muerte sin rozarla ni con la punta de los dedos o con la esperanza de que justificando cualquier pérdida pueda hacerse la vida más razonable y llevadera. Particularmente sintomáticos de este pensamiento único y falto de lógica es el discurso de Nixon acerca de los bombardeos con los B-52, acogido con calurosos aplausos del auditorio, mientras Davis intercala las terribles escenas reales de dichos bombardeos con decenas de niños muertos; los maravillosos ideales de los padres del soldado Emerson, caído en combate; la alegría insensata de los soldados en pos de la gloria al compás de fondo de la clásica canción nacionalista “Over there”, de Cohan, que comienza con la frase Johnny, get your gun en la que se basó Dalton Trumbo para mostrar de manera irrepetible el sin sentido de la guerra con su “Johnny cogió su fusil”; y aún más las cáusticas y demoledoras palabras de Westmoreland afirmando como quien lo hubiera estudiado en West Point que “los orientales no les dan el mismo valor a la vida que los occidentales, para ellos tiene menos valor”, a la vez que el director, nuevamente, en un ejercicio de derrumbe argumental muestra las imágenes de un desgarrador funeral vietnamita.
Una y otra vez el filme parece querer mostrar con inusitada claridad y obviedad: “estos son nuestros valores” para martirizar a la audiencia preguntando “¿hemos aprendido algo?”. Mientras aparecen los títulos de crédito finales un desfile militar se torna inflexible. Hay niños. Muchos. O cambiamos nosotros o esto no hay quien lo cambie.
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