El sol del verano en Córdoba sería capaz de derretir un templo de mármol. Tal es así y tan mantenida su intensidad a lo largo del día que uno solo encuentra algo de descanso a partir de las siete de la mañana, cuando es la hora de levantarse. Descansar con una temperatura superior a los 25º es más complicado que entender la teoría de cuerdas. Si en casa no dispones de aire acondicionado y un ventilador de saldo es la mejor opción para paliar las invectivas acres del astro rey, la cosa no podía ser más cruda. La suerte es que mi piso de alquiler es de esos que hacen esquina y permite corrientes de aire, no huracanadas ni tan siquiera capaces de despeinar ligeramente a Chewbacca, pero la suficiente brisa fresca para que puedas pegar ojo si descuelgas el colchón del somier hasta el suelo.
Mis gatos, cubiertitos de pelo de cabo a rabo, también pasan lo suyo, pero tan acostumbrados están a ser tercos en ofertar cariño que da igual que sea invierno, verano o temporada de sauna, se suben a la cama con la más absoluta displicencia y pegados a las piernas o subidos encima del tronco comparten generosamente su calor corporal como su fuera un aspecto de lo más agradable para los seres humanos. Y dicha costumbre (manía queda bastante peor) hay que mantenerla salga el sol por donde salga, nunca mejor dicho; así que, aunque el colchón esté en el suelo, Igor y Leo se siguen subiendo a la cama, al somier, porque es costumbre y método, y da igual que tengan que hacer ejercicios de malabares con sus patitas como expertos funámbulos para no darse un trompicón entre las láminas de madera y acabar panza arriba encima de las losetas del dormitorio. Allí que van, sorteando obstáculos hasta que se tumban encima de las láminas en una posición casi de contorsionismo.
También las personas estamos harto acostumbradas a hacer ejercicios de contorsionismo y ni nos damos cuenta de su incomodidad; como cuando entras en una habitación donde huele a mierda y al cabo de dos minutos la membrana pituitaria ni lo nota. Lo malo viene cuando el adulto no es capaz de percibir que a los niños aún le cuesta que esa membrana se adapté tan bien al entorno como un camaleón. Vamos, lo que de toda la vida ha sido tratar de hacer comulgar con ruedas de molino. Y es que Flori tiene dos nenas, una de ellas de cinco o seis años, y el otro día le pidió a su madre que le comprara una memez, no recuerdo bien si algunos yogures o unas chuches, y Flori, con todo el cariño del mundo le dijo a su hija que no podía ser de momento, que estaban mal y no tenían dinero.
«Jolín, estoy harta de ser pobre», fue la respuesta del tierno infante.
Va a tener razón Jesucristo cuando decía eso de la necesidad de hacerse como niños, porque a ellos les cuesta bastante más asumir las injusticias, naturalizarlas, y vivir en semicontorsionismo porque es la costumbre, como las personas adultas a las que les faltan cosas notoriamente más urgentes que yogures o chuches.
Venga, a seguir durmiendo sobre láminas de madera; si total, ya ni lo notamos.
Es imposible que con este formato te quedes los ojos; si acaso te los dejas 🙂 .
Lo siento, pero ando todavía en proceso de decisión. De momento sigue ganado el negro, pero no por mucho.
odio leer en este formato. Me quedo los ojos en él.
Eso lo dices porque algo de cariño me debes de tener 🙂 . Gracias, hermanilla.
que bonito escribes querido.