Algo de mala suerte tengo. Cinco minutos de descanso es todo a lo que me acojo en la sobremesa y suena el teléfono.
– ¿Sí? -eso de diga me pareció siempre muy de usted-. Hola, mamá, ¿qué tal?
– Bien… Bueno, regular -cierto que muy optimista no es que haya sido nunca la mujer que me trajo al mundo, pero parecía el tono algo más sensato esta vez.
– ¿Y eso?
– Pues que nos ha llegado una carta de ISFAS* y dicen que a partir del 31 de diciembre ya dejan de pagar la residencia de la abuela.
Profusa interrogación por mi parte, otro ‘¿y eso?’, digamos.
– Los recortes en la dependencia o qué sé yo…
Verdes pusimos a más de uno. Yo con inusitada compostura, tal vez en mi reserva inconsciente de no poner aún peor cuerpo a mi madre. Colgué, tras besos múltiples, recuerdos a papá y demás familia y obviando las bondades referidas a la susodicha de los máximos responsables de tamaño desconcierto. Tan inocentes ellas y tan víctimas como lo es la madre de mi madre.
Mi abuela se rompió el fémur dos veces hace unos tres años. Esa falta de calcio que casi siempre se hace tarde para echarle cuentas, mucho más cuando se pasa de los 90. Se negó a andar tras las cáusticas operaciones -no fue adrede, pero sucedió- y ahora depende de que la levanten de la cama en la que yace empotrada y así poder huir temporalmente del destino metódico de las úlceras. Me llora cuando me ve y aunque tiene Alzheimer todavía recuerda mi nombre y de qué nos conocemos. No tengo que poner exceso de celo para buscar conversación con ella, cada diez minutos podemos repetir de pé a pá la misma historia como en un bucle de eterno retorno. Otro indeseado ‘Memento’.
A esta mujer desvencijada y dependiente, una santa de esas que canoniza la Iglesia -lo que casi siempre es más un lastre que una bendición- por haber aguantado con horrenda resignación la cruz de un esposo notoriamente molesto, sargento chusquero con y sin uniforme, de los que hacen la vida imposible a espadazos y de quien no se puede hablar bien ni aun después de muerto; a esta buena mujer, comentaba, como a tantas otras en su situación, el Ministerio de la Guerra -así se llamaba renunciando al eufemismo hasta hace bien poco- le niega la ayuda que sí se merece hasta diciembre.
Recortes, palabra mágica para los ricos y azote para los pobres. Recuerdo entonces los que sufrió el Ministerio del Ataque -lo cambiamos también- a principios del ejercicio 2012: 8,8%, que siendo infinitamente menos marcado que en educación, sanidad y demás vainas poco importantes para mantener el estado de bienestar -mejor lograrlo en virtud de los cazas Eurofighter-, es además una verdad a medias. De repente, hace un mes, sin que figurara en los presupuestos generales esos del descuento del 8,8%, su monto experimentó un súbito e ¿inesperado? incremento del 28,21% cuando, en los primeros días de septiembre -el mes en el que se aprueban aquellas peliagudas proposiciones que han de pasar desapercibidas al vulgo-, el Consejo de Ministros aprobó un crédito
extraordinario de 1.782 millones de euros para deudas acumuladas en programas de armamento**. Blanco y en botella. ¿Recortes o prioridades? Otro eufemismo, como el de daños colaterales. Mi yeya, con su mirada vítrea, cristalina e inocente, es un daño colateral de una nación que opta por comprar recursos para ‘defenderse’ como entelequia mientras deja desfallecer a quienes la componen. “No entendéis que conviene más que muera un solo dependiente por el pueblo, y no que perezca toda la nación” (Jn 11, 50). Se equivocan de enemigos -en el hipotético caso de que los hubiera-. Como anunciara el lacerante dramaturgo noruego Ibsen en su obra ‘Un enemigo del pueblo’ a finales del XIX los de arriba deciden a golpe de decretazo quienes lo son, y en esta ocasión el cuento no parece avocado a un final justo.
Mi abuela tiene suerte, más de la que yo tuve durante mi siesta infinitesimal. Dispone de ahorros, gracias a la avaricia desmedida que en vida hubo de soportar de su cónyuge -del que olvidó causalmente el nombre como única victoria- y, en una tal vez circunstancial oportunidad, a la Seguridad Social por el momento le da un poco de corte dejarla en el desamparo -vete tú a saber un
día de estos-. No es pobre, pero no todas las viudas de militares, no todos sus dependientes gozan de ese privilegio. Triste, casi fundido en mitad del despropósito, descubro que en realidad no he de afanarme en encontrar remiendos a costuras gestionadas a sabiendas de. No es cuestión de dinero,
de tener más o menos, sino de prioridades.
– Mamá, ¿y qué vais a hacer?
– Pues gracias a Dios la abuela tiene dinero ahorrado si no…
Si no el exilio infinito, a donde fue a parar mi siesta absurda.
* El Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS), es el organismo encargado de gestionar -junto con Clases Pasivas- el Régimen Especial de la Seguridad Social de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil.
** La deuda acumulada ascendía a 27.000 millones de euros en los Programas Especiales de Armamentos (PEAS). Contratos de larga duración para la compra de armamento. Algunos ejemplos: 87 cazas Eurofighter. Contrato firmado hasta 2024; 239 blindados Leopard 2E. Contrato firmado hasta 2017; 80 torpedos DM2A4. Contrato firmado hasta 2023.
Mi abuela es una santa de las de verdad (aunque aceptara todas las cruces, sólo la Iglesia sabrá el por qué, Dios no tiene nada que ver con eso, fijo). Temiendo estoy el día en el que tras mi regreso a casa ya no me reconozca. En fin…
Grande la abuela… muy grande.