
Racism by Eibography
Irreal eterno retorno.
Luego se presentó como ese vulgar ladrón el certero golpe que me fracturó varias costillas. Alguna, ingrata, se vio obligada a incrustarse en un pulmón y al tiempo que saqueaba mi ilusionada respiración la confió a intermitentes latidos de ritmo inconstante.
Es cierto que en el momento invertebrado de la muerte, los hechos y deshechos de nuestra cotidiana vida aparecen fantasmagóricamente ante los ojos como un abisal flash fotográfico. No es un deseo consciente, ni una pretensión que sirva de excusa perfecta para dar sentido a medio siglo de esperanzas y despropósitos. Ojalá fuera así, porque a mí, ese microsegundo de imágenes atropelladas, únicamente me ha servido para reconocer sin dudar lo execrable de la muerte de la que me han hecho víctima, que no mártir. Y comencé a caer en la tentación de pensar, lo cual, en instantes extremos como el mío, siempre lleva a retorcidas preguntas de dudosa respuesta: ¿Qué es lo que odian de mi raza? E injustamente, como si fuera un niño al que le roban su más egoísta posesión, me acosó una horrible presunción. Yo no soy como otros, tengo un pasado de relativo glamour dentro de lo que podría suponerse. Me doctoré en Filosofía y he pasado los últimos 15 años de mi poco tediosa vida impartiendo clases en la Universidad a jóvenes blancos y occidentales. ¿Habría sido salvado de la hoguera por parte de mis jueces y verdugos si hubieran conocido este simple y hasta ridículo dato curricular? Touché. El único reconocimiento académico del que me he hecho merecido candidato y que ni el propio Freüd, en sus peores años se atrevería a regalarme tras mi ridícula disertación, es el doctorado honoris causa en infantilismo crónico. Póstumo. A mi tribunal popular no le importa la cultura, además es probable que osen reducirla al inane concepto no-globalizado de patria, que suele ser el último refugio de los canallas que apuntó el Dr. Johnson. ¿Qué odian de mi raza? No odian nada de mi raza. ¡Odian mi raza! Por ser más o menos inteligente que la suya, más o menos abierta que la suya, más o menos rica que la suya… En definitiva, por el mero hecho de ser diferente a la suya. Necios, sólo hay una raza en nosotros, la humana, el resto son etnias. Mis inquisidores, hijos de Caín, ¿habéis oído nombrar a Adán y a Eva? También Génesis. Ellos no fueron blancos, aunque sí humanos, y afortunadamente nadie los mató.
12 de octubre. Conquistadores de muerte, me habéis hecho descubrir un Nuevo Mundo. De querubines y de ánimas. Una vez más por medio del escarnio. Pero ahora, ni yo ni nadie, os confunde con dioses hipomorfos caídos de un cielo que acierto a descubrir más profano y abrasador que el mismo Hades. Y casi divinos, o aún de mayor valor, han sido los metales preciosos que hoy os habéis abrogado el derecho de usurpar: mis años dorados y la plata de unas bodas que ya no podré cumplir el próximo invierno. Físicamente al menos, porque pudiera suceder, conforme a la nefasta hipótesis formulada por Murphy, que esta misma noche de obscuro tono gris aciago, mientras pasee por el dantesco Paraíso del éter con un fundado desasosiego, descubra con probable y temido horror las numinosas figuras de mi mujer y de mi hija, los últimos seres que, entre sollozos secos, buscó mi cómplice mirada y logró ver aún vivos en la penumbra del parque antes del inesperado empujón definitivo que me llevó al desconocido camino del vacío y de la fe.
Empíricamente contrastado: cuando las cosas no pueden ir a peor, irán.
Pero en fin, mis criminales de cruz gamada no tuvieron ni tendrán la suerte infinita que esperaban. En este incólume lugar al que optaron enviarme, tan lejos de cualquier categoría, los ángeles y las almas no tienen color.
FIN DEL RELATO