No me impactó “Paracuellos”, y no es ni un reproche ni una decepción, sino todo lo contrario. Ya hubiese querido yo cabrearme, sentirme impotente y que se me quedaran los ojos como platos -que motivos haylos- en lugar de que lo único que me dejaran de piedra fueran mis propios recuerdos.
No soy hijo de la posguerra, eran finales de los 70, aunque también algún que otro maestro nos hacía cantar aún el Cara al Sol antes de cada clase. Entre 8 y 10 años iba teniendo, un colegio privado y un sacerdote de apellido tan incongruente como sarcástico, el padre Paz. Los alumnos internos lo odiaban a tan alto nivel como le temían, los externos tal vez nos aferrábamos más a lo segundo. No sé si el padre Rodríguez, director del Auxilio Social Paracuellos, inventó la bofetada a dos manos, lo que tengo por seguro es que el padre Paz o leyó “Paracuellos” o estudió en el mismo seminario que el susodicho. En una ocasión nos hizo ir corriendo al patio, formar (ni recuerdo bien por qué, tal vez alguno de mis compis había dicho alguna burrada) y empezó a dar tortas a dos manos sin parar del primero hasta el último. Ninguno nos caímos; sería el efecto ese tan característico del que hablaba el director de Paracuellos: a dos manos el niño no se cae y le puedes seguir ‘guanteando’. En una de esas, ya en clase de Ciencias (gracias a Dios de las pocas asignatura que nos daba), hizo sangrar el oído de uno que no supo contestarle ‘bien’ a una pregunta. Incontestable fue ese día que llegó a clase con el alma dividida -en el caso de que tuviese alma, claro-: “Hoy estoy contento y triste. Contento porque todos habéis aprobado el examen, y triste porque no puedo pegar a nadie. Así que voy a dejar caer los folios de examen, el que no los coja antes de llegar al suelo cobra.” Los de las últimas filas cobraron todos. Mi mala suerte es que mi apellido empieza por la erre y nos sentábamos por orden alfabético.
También nos reíamos, sin malicia o con alguna, pues siempre había alguien más tonto que uno al que amarrarse para servirte de chivo expiatorio-, y Carlos Giménez lo cuenta todo con una naturalidad y un realismo tan pasmosos, lo bueno y lo peor, que tan sólo queda hundirse en el sillón y no saber si reír o sonarte el moco con su dibujo sin fisuras, de una técnica impagable, cuyo estilo humorístico contrasta maquiavélicamente en multitud de ocasiones con la verdad contada. ¡Qué doloroso suele ser lo autobiográfico por más humor que le metas!
Un pero, con diferencia me parecen más completas y originales las tiras de los primeros años, cuando la planificación de viñetas era exactamente idéntica en cada episodio, las historietas más breves y directas y resultaban de una curiosa originalidad. Cuando comenzó a despertarse el dragón, poco a poco Giménez va concediéndose más licencias habituales en los cómics de publicación continuada y al ser las “desventuras” algo más largas pierden fuerza y se ve obligado a recuperar algunas peripecias anteriores para hacer comprender la situación personal, el carácter y el devenir de sus personajes a los incipientes lectores. Maravillosa su propia caricatura como Pablito, el que mejor pinta del “Hogar” siempre entrecomillado, altamente inspirado por “El cachorro” de Iranzo que tan decisivo fue en la opción de Giménez como dibujante de tebeos. El segundo pero es más personal. No me puedo creer que en 600 páginas de viñetas e historias tan sólo decida meter a una buena persona dentro de la élite del “Hogar”, y encima sea una jovenzuela de pasado triste, antigua superviviente de los Auxilios Sociales y a la que echan después de un único y sintomático episodio. ¡Qué dolor!
Hace unos meses celebramos en el cole el 25 aniversario de mi Promoción. Muchos no fueron auspiciados y condenados por los malos recuerdos. El resto nos acordamos del padre Paz y todos debimos vivir un Paracuellos; lo que más nos surgía era el grito divertido e impotente de tantos compañeros de Pablito tras las puertas del Auxilio Social: “El padre Paz… mecagoensuputamadreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee, desgraciaodemierdaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa”.
No seré yo quién niegue el derecho a «Paracuellos» de ser considerada obra maestra, que por algo la cuelgo tan felizmente en el blog, y no ya que sea un referente en el cómic nacional, sino a nivel internacional, pues el dibujo de Giménez es excelso. En el sentido de obra completa quizá la única española que conozco que se le acerque sea «Torpedo 1936», de Bernet y Abulí, aunque a nivel de obra ya no estaríamos tan de acuerdo. Si valorara los álbumes de «Paracuellos» por separado, sin duda los dos primeros que recopilan las tiras iniciales de finales de los 70 y principios de los 80 serían de diez (u once), pero no opino lo mismo de la última etapa comenzada a partir de 1997. Menos metódica, repeticiones de historias y pérdida de frecura y espontaneidad… No la bajo de ocho ni aunque me fustiguen (ocho y medio, pongamos), pero a mí particularmente no me parece perfecta por esos detalles, aunque muchas historias de esta última etapa sigan siendo una absoluta genialidad.Cómic de diez para mi gusto «Príncipe Valiente», el primer volumen de «The Sandman», «Maus»… Seguro que me quedo alguno, pero no caigo. Españoles buenísimo «Nova-2», de García Mozos.Pero que «Paracuellos» es muy buena no hay ninguna duda.Algunos educadores/as son para colgarlos de las partes nobles.
Pues a mí «Paracuellos» me parece una absoluta obra maestra. Quizá lo mejor que se ha hecho en cómic jamás en este país, junto con un par de cosas más. ¡Larga vida a Carlos Giménez!En cuanto a ciertos educadores, por llamarles algo, ya dejé escrito hace años lo que opino de ellos…http://eldesvandelaspalabras.com/?p=1324