Entre conflictos armados activos y latentes que pueden reventar en cualquier momento de despiste o desquite cerca de la centena van a despedir este año 2014. Habida cuenta de que casi el 100% de los mismos se mantienen o potencian -con el beneplácito de las democracias occidentales- por motivos económicos y estratégicos en esta Navidad que se acerca sólo tengo un aburrido deseo, sólo uno para que resulte fácil, entre todas las personas que habitamos este bendito planeta, poder alcanzarlo sin demagogias ni golpes de pecho: una tregua, infinita, aunque sea en principio un intento, y demostrar que se puede y debe amar al enemigo como esa parte que es de nuestra propia e inmunda humanidad. Una tregua simple, concordada, incomprendida por aquellos que ordenan desde sus despachos mas nunca se encuentran en el frente de batalla perdiendo las tripas.
Una tregua como la real de 1914, en plena Gran Guerra entre soldados prusianos y británicos contra las órdenes de los mandos quienes, a las puertas de sucesivas pascuas, realizaron bombardeos para tratar de evitar tamaña indigestión de empática emoción. Richard Attenborough, precisamente fallecido en el verano del año que ahora se despide, homenajea el hecho en una de sus primeras cintas: el musical «Oh! What a Lovely War» (1969), del que compartimos una escena en la entrada de hoy.
Vinieron más memorias del momento histórico: libros, un nuevo filme en 2005: «Feliz Navidad», el vídeo «Pipes of Peace» de McCartney, documentales… Es casi una tragedia, pues no debiera ser excepción lo bello, lo lógico, lo humano.
Un deseo para esta Navidad, que creamos que no es una fecha en el calendario, sino una actitud y un compromiso, que vivamos siempre en tregua, sin que ello signifique suspender la lucha justa, sino tan sólo la muerte, y jamás salga de nuestros labios “tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada y nada acontece, y nada me conmueve hasta la raíz”*.
Brindo por esa tregua eterna, por ese adiós a las armas…Zorionak! Feliz Navidad!
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