Borja Cobeaga ha sido foco de atención hace justo una semana. Por un twitt de su cuenta personal en el que mostraba su indignación tras no desfilar por la alfombra roja los guionistas nominados en la 30 edición de los Premios Goya. Antonio Resines, actual presidente de la Academia Española de Cine le pidió disculpas, que fueron aceptadas cordialmente.
El caso es que Cobeaga se ha hecho más conocido por vainas -perdón por el exceso- que por los méritos sobrados que atesora para ella. A ese acontecimiento reciente al que hacíamos referencia, habría que sumar para complacencia del público general e injusta parcialidad curricular que fue co-guionista de “Ocho apellidos vascos” así como de su secuela, “Ocho apellidos catalanes”. A Dios gracias, a veces las nominaciones hacen más justicia que el público o los intereses económicos, y ese traspiés de no dejarle pisar ni un hilo de alfombra ni a él ni al resto de guionistas -por motivos parece ser que meramente organizativos- pudo llevarse a efecto tras ser nominado no por la cinta de Emilio Martínez-Lázaro sino por la que nos ocupa, “Negociador”, en la que también ejerció las labores de director.
Por otra parte, Cobeaga ya debería ser recordado por los cinéfilos desde su estreno tras las cámaras en 2009 con la comedia “Pagafantas”, que también supuso si primera nominación a los Goya como guionista y como director novel, y que, al igual que “Negociador” supone un enfoque muy distinto, peculiar y arriesgado a géneros trillados y en exceso comunes en el séptimo arte y, de manera particular, en nuestro cine.
No parecía fácil romper moldes con una comedia romántica supuestamente al uso como fue “Pagafantas”, pero aún más difícil y arriesgado era tocar el tema de las negociaciones del Gobierno español con ETA durante la tregua de 2005 y hacerlo desde la acidez explícita de la sátira y de la comedia negra. Cobeaga no sólo sale indemne, sino que supera el escollo con nota.
El desarrollo y estilo es de lo más simple y en ello radica sin duda la cercanía y el impacto de la historia. Sin llegar a los extremos de exigencia con el respetable, al que hiciera mero espectador Jaime Rosales en su escasamente comprendida “Tiro en la cabeza” (2008), Cobeaga renuncia a todo lo superfluo, excesivo, innecesario y nos regala un personaje humano, débil e inexperto, pero con una voluntad inquebrantable; un antihéroe de lo más vulgar interpretado de manera tan sencilla como magistral por Ramón Barea, posiblemente uno de los actores más versátiles y habituales dentro del panorama nacional, que sin demasiadas milongas ni lógicas políticas, intenta que las cosas vayan mejor para la gente en su tierra: Euskal Harria, Vascongadas o El País Vasco, según se mire o quien lo diga.
Cobeaga, en otro acierto que quizá a algunos no les complazca, muestra templanza, distancia, y no se posiciona de manera clara más allá de la crítica clara a la violencia y a la falta de determinada lógica en una negociación donde lo primero a lo que hay que acogerse es a saber ceder. En todos lados cuecen habas, y la única posición viable para tratar de llevar a buen término un conflicto (o violencia) es que las personas que negocian (o dialogan) sean, en el fondo, y más allá de sus posiciones políticas, buena gente.
Manu Aranguren, digamos que alterego del político vasco Jesús Eguiguren en el film de Cobeaga, es buena gente a pesar de sus defectos e inseguridades. Quizá por eso al final sonríe, más allá de conseguir o no una panacea por entonces notoriamente inviable, sino por la satisfacción del deber cumplido, de tratar de hacer lo correcto… y que tus paisanos lo reconozcan.
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