Debilidad

     Cuando era un mico, como nos ha pasado a muchos, más de una persona de buen corazón y compasivos sentimientos me soltó aquella perla envenenada de «pórtate como hombre, no llores» o su símil, quizá peor por generalizado, de «los niños no lloran». Daba igual que fuera por haberte roto una pierna, porque te hubieran escupido en un ojo o por el fallecimiento imprevisto de tu madre: simplemente tenías que ser fuerte y tragarte las lágrimas aunque te ahogaras por dentro.

      Así, va creciendo el macho alfa que supuestamente lleva uno dentro, ese al que todo el mundo se va a comer por sopas si muestra sensiblería (que no sensibilidad) o del que se van a descojonar si se comporta como un mariquita (no como un ser humano). Incluso se llega al extremo de la falta de profesionalidad si se te empañan los ojos en determinados espacios, llámense terapias, despachos o acompañamientos:

  • En las terapias familiares del programa terapéutico con personas con problemas de adicción. Cuando los chicos confesaban entre llantos delante de su familia que habían tenido que hacerse chaperos para poder seguir metiéndose, que habían pegado a su madre para robarle, apuñalado a alguien…
  • En el curro, como responsable de Recursos Humanos, cuando una compañera viene llorando a decirme que si se puede ir porque está teniendo problemas personales y no da más de sí, aunque lo ha intentado.
  • En la oficina de Cáritas, cuando una madre me cuenta que su hija tiene los deditos de los pies mal porque en el cole le obligan a tener zapatillas de deporte y ya le quedan pequeñas.

      Y yo allí, plantado delante, haciendo un máster de mal profesional y de peor macho alfa con los ojos como chupes. Es que soy un mierda, siempre lo he sabido, y parece ser que lo malo es que lo sepan las demás personas, porque se van a aprovechar de saberte débil.

     A las mujeres les pasa lo mismo, pero al revés. Tienen que aguantarse estos sentimientos solo de grandes, cuando están en cualquier situación de poder o de autoridad, no vaya a ser que se muestren sensibles y resulta que es porque no valen para el puesto, o les viene grande, o no cuentan con los arrestos que habría que tener. El caso es que seas varón o hembra lo que resulta evidente para todo mortal es que llorar, sentir impotencia o mostrar una osada empatía por tus semejantes son señas de debilidad. Y así nos va, claro, porque de ello se desprende por subsidiariedad que actuar de manera imperturbable, controlar la sensibilidad o ser más firmes que un roble son cristalinos signos de fortaleza y de ser un profesional como la copa de un pino.

      Es muy común en el homo sapiens no hacer honor al adjetivo calificativo y obviar decirle a la madre, al padre, a la hermana, a aquella amiga que nos hace la vida más fácil, a la pareja… que la queremos, porque lo de amar sin paliativos es de ser unos cagadillos, pero, a decir verdad, lo que casi nadie practica, jamás puede ser muestra de debilidad, pues lo extraordinario es patrimonio de pocas personas, de quienes danzan como si nadie las viera y no soportan no ser lo que son por condicionamientos culturales, sociales o profesionales.

      Bendita «debilidad» si conduce al abrazo y acorta distancia.