«Muero por dentro» (1972)

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Robert Silverberg

Hay tipos de esos injustamente desconocidos y casi condenados al ostracismo para la mayor parte de los mortales. Tipos que supieron adaptarse para lo bueno y para lo malo, que crearon cuentos bazofia (según sus propias palabras, justo después de recibir el Premio Hugo en 1956) para ganarse la vida usando el simple don de la ubicuidad de sus obras, pero que fueron capaces de crear novelas inmortales durante casi una década, novelas de una clarividencia que las conducen al camino inigualable de sortear géneros a pesar de que, al igual que le sucediera a su contemporáneo Ray Bradbury, se le encuadre de manera habitual y poco ortodoxa en la ciencia ficción.

Si buscáis a ese tipo se llama Robert Silverberg, y si queréis esa obra de dimensiones cósmicas que puede servir de paradigma es “Muero por dentro”, un exquisito tratado filosófico sobre la esencia del ser humano y que fue creado de manera ejemplar a partir de la simple y manida idea de la telepatía.

Que el pobre David Selig, protagonista terrible de “Muero por dentro”, tenga el poder de leer la mente es un aspecto obviamente transversal, pero en cierta medida trivial. De lo que trata la novela de Silverberg y que el autor plasma de manera inequívoca y omnímoda desde el mismo título es de la relación entre los seres humanos, la incomunicación y la forma de entenderse a sí mismos. No es difícil hallar paralelismos entre este libro y “El increíble hombre menguante”; ambos tratan de dos personas diferentes al resto, una por su capacidad para leer el pensamiento y otra porque poco a poco va reduciendo de tamaño hasta desaparecer, y esas realidades condicionan su visión del mundo y de sí mismos. Incluso en los finales de sendas obras se hace referencia explícita a Dios y al Cosmos como la nada que somos y la necesidad de aprender a relacionarse desde lo que somos. No ha de ser casualidad pues que, en “Muero por dentro”, cada vez que Selig usa el maldito don con las personas que ama las acaba perdiendo. Siempre e indefectiblemente.

No es difícil entender la novela de Silverberg como una crítica al individualismo, a los prejuicios y a la cultura de la inteligencia que casi nunca ayuda a ponernos en el lugar de los demás de manera real. David, un absoluto desgraciado -en el sentido triste y no despreciable de la palabra- que está tan acostumbrado a ver el interior de los demás que ni sabe cómo es el suyo en realidad, sólo llega a sentirse un ser humano feliz y con capacidad de relacionarse cuando percibe que es normal, cuando olvida el don que le hace diferente y, de manera definitiva, cuando se le puede asustar por la espalda.
Puede parecer en algún momento excesiva y cargada de intelectualismo la historia de David, especialmente aquellos capítulos dedicados íntegramente a los trabajos de filosofía que realiza para ganarse la vida, pero que no nos impidan los árboles ver el bosque: la relación directa y casi filial de estos trabajos con aquello que va experimentando el propio David es metódica y precisa. Respecto a la omnisciencia y culpabilidad sobre su propia existencia (el primer ensayo de Kafka), la referencia al amor-odio hacia su hermana (el posterior de Sófocles, Esquilo y Eurípides), la entropía como modelo fundamental en el pensamiento de David…

Mientras recorría las páginas de la equilibrada novela de Silverberg resultaba sencillo juzgar la actitud de David, y aún más la del interesantísimo personaje de Nyquist, una especie de sociópata incapaz de relacionarse más allá de la mera utilidad, pero el caso es que, de repente, se pone uno a pensar si le gustaría tener ese don de mierda, y que habría que ver si nosotros mismos no seríamos seres asociales de poder leer las mentes de quienes nos rodean. Yo, por mi parte no quiero tener ese don, ya bastante sufre uno inventándose cosas que los demás piensan como para encima saberlas de verdad. Quiero ser feliz, y confiar, que ambos conceptos son inseparables, igual que dos siameses que comparten corazón.

    «Sereno, anclado, estático. Permanezco en punto muerto.
No, eso es una mentira o si no lo es, por lo menos es una equivocación benigna, una agrupación de metáforas erradas. Estoy declinando, declinando sin cesar. Mi marea esta descendiendo.
Me revelo como una costa rocosa, desnuda y escabrosa, en la que sobre las olas que se retiran flotan oscuras y sucias algas marinas arrastradas por la corriente. Por entre las rocas, los cangrejos verdes se escabullen. Si, declino, lo que significa que me reduzco, me atenúo. ¿Saben una cosa?, ahora me siento bastante tranquilo con respecto a eso. Por supuesto que mis estados de animo varían, pero

Ahora me siento
bastante tranquilo
con respecto a eso». 

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4 comentarios en “«Muero por dentro» (1972)

  1. De Asimov sí que puedes encontrar en cualquier biblioteca hasta la lista de la compra. Mi experiencia con él es grata, pero menos, quizá porque leí sólo cuentos (muchos, eso sí) y no lo mejor de si obra. Tampoco me atrae demasiado seguir. De Silverberg el problema, como digo, es que ninguno de los libros suyos que más me atrae están en el catálogo, especialmente «El hombre en el laberinto».Dick me apasiona más, sino por la escritura sí por lo que narra. Un iluminado enfermizo.

  2. Tomo nota también que no conocía ni al autor ni ninguna de sus obras, sinceramente no me sonaba de nada, ya sabes aquello de no te irás a dormir sin haber aprendido algo nuevo. Buscaré en la biblioteca a ver si hay suerte aunque justamente el Asimov nunca me llamó demasiado la atención pero en los 70' (me llama la atención el año de publicación de esta «Muero por dentro») también andaba Dick entre otros…Saludos.-

  3. Es muy curiosa la novelita, David. A mí me resultó de lo más entretenida y elaborada en todos los aspectos relacionados con la telepatía. Silverberg escribió algunas obras al alimón con Asimov, con el que se llevaba bastante bien y tenían como hobbie cuando iba cada uno a cualquier biblioteca ver cuál de los dos tenía más obras en el catálogo, jeje. Cosa de los snob. Ya contarás si decides meterle mano.El enlace de descarga que he puesto tiene alguna limitación, porque la obra aparece del tirón sin división de capítulos, pero todas las que encontré están así. Mejor biblioteca (en la de aquí no está) u otro tipo de enlace.

  4. Joer, ¡qué buena pinta! Y la premisa me parece fantástica, en ambos sentidos.Nada, que ya me ha picado usted la curiosidad. Otro para la buchaca. Al listado de «deberes pendientes»…

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