Podríamos decir sin temor a equivocarnos mucho que John Donne, del mismo modo que la pulcra y percutora pluma de Alexander Pope, es casi un desconocido en nuestros lares. No obstante, este poeta inglés es sin duda un icono en su país natal, y el más grande autor entre mediados del siglo XV y principios del XVI.
Representante de la poesía metafísica, que se puede comparar acertadamente con el estilo del Siglo de Oro español, sin ningún género de dudas, Donne cuenta entre su amplia producción con uno de los poemas más conocidos por el gran público, aún sin conocer éste que su verdadero origen está en la pluma del inglés, y que curiosamente no es de lo más representativo de su obra, más centrada en los epigramas y la poesía amorosa y religiosa. Nos referimos al texto retomado por Hemingway al inicio de su novela «¿Por quién doblan las campanas?» y que comparto con grata complacencia:
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
John Donne
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.