León Felipe

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León Felipe, por angeloide
    Cuando la figura del poeta como símbolo excede en dimensión a la de su obra no resulta fácil hacer una panorámica objetiva y justa de su vida. Tal vez, por aquello de hacer más caso a la experiencia del sujeto en cuestión que de la idea que puede tener el que suscribe, habré de partir de la frase que el mismo León Felipe compartiera y que se ajusta, como un guante de látex, a su existencia: «los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino”, aunque bien es cierto que ese destino no está premeditado ni impuesto metódicamente por un ente superior, sino construido por las decisiones personales.
Felipe Camino Galicia de la Rosa, como su propio nombre rimbombante aclara, nació en el seno de una familia de burguesía acomodada en un pueblo de Zamora a finales del siglo XIX. Como todo chico de bien estudió una carrera, farmacia, llegando a tener negocio propio, dos boticas para ser exactos, aunque dicha autonomía le supusiera más dolores de cabeza que beneficios debido a su nefasta capacidad para la gestión que lo llevó a prisión durante año y medio acusado de desfalco.
    A partir de esta breve, aunque desagradable experiencia,  va naciendo irrenunciable, la verdadera naturaleza libre y apasionada de León Felipe, la primera decisión alejada de lo acomodaticio y que le llevara a recorrer mundo para conocer y experimentar la vida de primera mano, renunciando a seguridades y, aun sin saberlo, a una patria querida y añorada, a la que pudiera decirse que, salvo su vuelta durante la guerra civil para apoyar al bando republicano, no volvió a regresar jamás.

    Tal vez por este periplo más voluntario que forzado, unido a su origen burgués, algunos contemporáneos sancionaron la persona detrás del nombre, como si todo ello implicara necesariamente falta de compromiso y alejamiento de la realidad y de la crudeza, pero Felipe, imbuido por un concepto nada común de la poesía como arma arrojadiza en la que no es necesario renunciar al manifiesto y al panfleto con tal de exponer la verdad y la denuncia, se convirtió en el poeta del exilio por excelencia, creando con su pluma afilada en cada momento los poemas y escritos que España y su pueblo podían necesitar para sobrevivir al régimen. Y esto es lo que realmente le importaba al hombre, más que al poeta, que su obra fuera respetada y querida por sus compañeros de exilio y por el país que le sirvió de adopción, México. Luis Cernuda y Juan Ramón Jiménez, ambos con un estilo diametralmente opuesto al de León Felipe, no fueron demasiado generosos con la trascendencia de su obra, con su métrica… pero el tiempo suele dar la razón, y la figura del poeta zamorano sigue blandiendo su espada de tinta sobre las injusticias, sin pasar de moda, y con una actualidad que entristece. Véase al respecto, y en plena campaña electoral, este primer poema.
Sé todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

Romero solo
Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero…, sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos siempre los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Pero ya no hay locos
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto y … ni en España hay locos.
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd … esto,
historiadores … filósofos … loqueros …
Franco … el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos …
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios …
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo …
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).
¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:
No es verdad. Dios no ha puesto
al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora … ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y … ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo! …
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj …, este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto …,
perfecto, ¡perfecto!

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