Sin corazón

     Ese soy yo; mejor así antes de que me lo suelte alguien después de leer lo que expreso con absoluta franqueza en los parrafitos subsiguientes. Trataré, no obstante, de abrazar la máxima del poeta y dramaturgo francés Jules Renard cuando comentó aquello de que «no soy sincero, incluso cuando digo que no lo soy» para que podáis acogeros siempre al beneplácito de la duda antes de poner en entredicho mi calidad como ser humano.

     En mi caso, a fin de no romper mi voto de obediencia hacia mí mismo cuando decía la semana pasada que no era buen momento de hacer leña del árbol caído del gobierno y de la oposición (llegarán tiempos mejores) simplemente me ha dado por reflexionar (en voz alta pero con profundo respeto a lo que cada cual se siente en condiciones de hacer) sobre los colectivos y gentes de buena voluntad, incipiente solidaridad y fe inquebrantable en unos tiempos de crisis social como pocas veces han existido. Sean ellos y ellas ateos, agnósticos o creyentes de cualquier credo. Procuraré ser breve.

     Poco más de un mes de cuarentena. El tejido social y asociativo y las personas sencillas y de bien se han visto en la perentoria necesidad de buscar alternativas ante las situaciones que están padeciendo (y van a seguir padeciendo) determinados grupos de riesgo desde el inicio del confinamiento. Muchas de las iniciativas propuestas están enmarcadas dentro del ámbito local, pues cada ayuntamiento y cada Comunidad Autónoma, más allá de las directrices del Gobierno central, han establecido protocolos y normativas propios y puede resultar más eficiente en estas ocasiones dar respuestas concretas a situaciones concretas. A nivel estatal, colectivos como PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), Cáritas Española, APDH (Asociación Pro Derechos Humanos) o REAS (Red de Redes de Economía Alternativa y Solidaria) han elaborado diversos documentos de denuncia y/o propuestas de apoyo frente al COVID-19. La mayor parte de ellas dirigidas de manera expresa a las administraciones públicas.

     A nivel local, sin embargo, siento verdadera lástima e impotencia. En estas cinco semanas justas que llevamos de confinamiento, lo común desde la mayor parte de las asociaciones ha sido construir redes de apoyo enfocadas únicamente a paliar las necesidades básicas de manera inmediata, sobre todo alimentación. Muchas de ellas pidiendo aportaciones económicas para la elaboración de menús o recurriendo al reparto de bolsa de alimentos. Técnicamente, digamos, es lo que se ha hecho de toda la vida. Es decir, ante una situación que nos desborda y va a prolongarse en el tiempo no cambiamos el método y seguimos con las pautas de siempre que, además, han demostrado su ineficacia a corto, medio y largo plazo.

     Pero lo que me entristece en grado sumo no es que mantengamos aptitudes buenistas y asistencialistas bajo el pretexto (muy bueno, todo sea dicho) de que la peña lo está pasando realmente mal y no podemos quedarnos cruzadas de brazos, sino que olvidemos por completo crear del mismo modo redes y manifiestos de denuncia reclamando a las administraciones lo que es su deber, no el de grupos con escasez de recursos y que en su mayor parte van tirando del carro a base de donaciones particulares, subvenciones privadas o acuerdos de colaboración. Al César lo que es del César, leñe. Han tenido que ser los propios profesionales (trabajadores y trabajadoras sociales de zonas desfavorecidas y el Colegio Oficial de Andalucía) quienes, sin el apoyo de ningún otro colectivo, han denunciado con sendos manifiestos la situación crítica de Servicios Sociales.

     Dos intentos he hecho desde este enfoque en dos entornos diametralmente opuestos: Cáritas Parroquial y un colectivo de Consumo Ecológica y Economía social. En uno de ellos me puse en contacto telefónico con la responsable municipal del Área de Asuntos Sociales quien, muy abierta y sensata, planteó que le enviáramos un WhatsApp con las necesidades, como farmacia o gas, y las peticiones que no se iban a poder cubrir de manera inmediata desde Servicios Sociales. Pero no tuvimos tiempo (quizá andábamos demasiado ocupadas con el reparto de alimentos o lo consideramos intrascendente) para reclamar escribiendo un simple mensaje de texto. En el otro entorno, parece ser que todavía no ha sido posible ponerme en contacto con la persona encargada de repartir menús en un colegio de zona en exclusión con el único objetivo de informarnos sobre la implicación, coordinación y colaboración del Ayuntamiento y de la Junta de Andalucía en dicho programa. Siempre ha sido, es y será más rápido, fácil y generador de bienestar personal dar pan que preguntar por qué no hay pan, parafraseando a Hélder Câmara.

     No quiero que la gente pase hambre, ni ahora ni nunca, pero «el problema de ser pobre es que te ocupa todo el tiempo», que decía Willem de Kooning, y, si ahora no exigimos, no lo vamos a hacer cuando las primeras aguas vuelvan a su cauce. Mucho menos en los meses que tarde en amainar el temporal.